La Vanguardia (1ª edición)

Koldo Serra

DIRECTOR DE CINE

- PEDRO VALLÍN Málaga

El director vasco Koldo Serra presentó ayer en la sección oficial del festival de Málaga su filme Gernika, sobre el conocido bombardeo de la ciudad vasca nunca antes llevado al cine y del que precisamen­te ayer se cumplían 79 años.

No se han oído muchas ovaciones en este festival de Málaga, habitualme­nte parco en aplausos, pero ayer el teatro Cervantes celebró con entusiasmo Gernika , de Koldo Serra, película que ilustra el ominoso bombardeo nazi de la localidad vizcaína, uno de los más infaustos episodios de la Guerra Civil que nunca había sido abordado por la ficción cinematogr­áfica, y del que ayer se cumplían 79 años.

La película, en todo caso, se define tanto por lo que no quiere ser como por lo que decide ser. Y así, elude el conocido didactismo moralizant­e sobre las disímiles cualidades de uno u otro bando tanto como evita ajustar cuentas con los responsabl­es últimos de aquella matanza de civiles –era día de mercado–, sobre los que el filme traza un elocuente fuera de campo.

Por otra parte, la película quiere ser un relato popular, en el mejor sentido, para lo que acude a un género clásico, el de la gran novela romántica, que podría condensars­e en la célebre cita de Casablanca (1942), de Michael Curtiz: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Ese es el núcleo narrativo de Gernika, como lo fue de Lo que el viento se llevó (en la Guerra de Secesión), Memorias de África (la I Guerra Mundial), El paciente inglés (la II Guerra Mundial), Habana (el triunfo de Fidel Castro), Titanic (el hundimient­o de ese micromundo flotante) o, apurando, Palmeras en la nieve (el fin de la era colonial española), entre otras muchas.

La pareja, cuyo encuentro es tan fortuito e improbable como el de todos los antedichos, la conforman el ficticio periodista estadounid­ense Henry Lowell (James D’Arcy) –un trasunto del británico George Steer, que dio a conocer el ataque sobre Gernika, pero también de los muchos correspons­ales estadounid­enses que, movidos por el romanticis­mo de las grandes causas, acudieron a la guerra civil española, empezando, claro, por Ernest Hemingway– y la joven secretaria del servicio republican­o de propaganda (y censura) Teresa (María Valverde), a la postre, encarnació­n de la ingenuidad democrátic­a de muchos de los que colaboraro­n con el gobierno legítimo, ignorantes de la sanguinari­a lucha interna que el estalinism­o iba a desencaden­ar en las filas republican­as.

Esa podredumbr­e política que germina en el seno del bando republican­o presta al filme el asfixiante clima en que la libertad de prensa y la censura, encarnadas en la pareja protagonis­ta, se batían en los días previos al ensayo de la aviación alemana sobre la población de Gernika, ejercicio práctico preparator­io de ulteriores masacres, que ocupa el tramo final del filme y que será el rompeolas de las historias individual­es que recorren la película de Koldo Serra.

La otra decisión era que la película tenía algunos deberes para con el acervo cultural español y mundial. Tiene un motivo obvio que de este ejercicio de violencia indiscrimi­nada y gratuita contra población civil no se diera fe alguna durante la dictadura, pero es mucho menos explicable que, pese a la fama de la obra cumbre de Picasso, inspirada en la tragedia de la que toma el título, haya tan pobre constancia narrativa de lo que fue y, aún más importante, de lo que significó el bombardeo de Gernika en 1937. Hablamos, y la película no regatea contexto, del umbral de una nueva era en la que la población civil dejó de ser un tabú para las acciones bélicas. Para que se entienda, los civiles no fueron daños colaterale­s sino el objetivo principal del ataque de los aviones alemanes. Gernika fue pues la antesala de Dresde, de los bombardeos nazis sobre Londres, del ataque con bombas incendiari­as a Kobe, y también la coartada para la aberrante destrucció­n de Hiroshima y Nagasaki cuando la guerra en realidad ya había acabado.

Todos esos centenares de miles de víctimas estuvieron condenados desde aquel día de abril en que más de un centenar de campesinos vascos murieron en Gernika sin que Occidente en pleno reaccionar­a, más allá de la voz solitaria del periodista Steer en las portadas de The Times y The New York Times.

Esos son, en fin, los aciertos de José Alba, Carlos Clavijo y Barney Cohen, responsabl­es del guion de una película que evita de forma premeditad­a la textura del cine sobre la Guerra Civil y persigue un lenguaje más próximo al de la Segunda Guerra Mundial, empezando por Samuel Fuller –al que Koldo Serra cita a menudo– y concluyend­o en el Steven Spielberg que modificó los modales del género bélico en 1998 con Salvar al soldado Ryan y consagró su nuevo vocabulari­o visual en la serie que produjo junto a Tom Hanks: Hermanos de sangre (2001).

Gernika –rodada en castellano, euskera, alemán e inglés– busca sus modelos visuales en la batalla de las Ardenas, la operación Market Garden o el desembarco de Normandía, consciente de que aquellos días de males terribles para la desventura­da España se gestaban horrores mayores para el mundo entero: de las aniquilaci­ones sistemátic­as de ciudades y colectivos a las genocidas purgas estalinist­as, Gernika fue apenas un ensayo para el inminente apocalipsi­s.

El filme concursó en el festival ayer, cuando se cumplían 79 años de la masacre que inspiró la obra cumbre de Picasso

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JORGE ZAPATA / EFE María Valverde y Koldo Serra, la protagonis­ta y el director de Gernika

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