Una Europa que no se reconoce
Europa no puede encerrarse en sí misma y ser invadida de nuevo por la barbarie escondida en nuestra propia historia
Europa se mira a sí misma y no se reconoce. Tampoco se gusta. Los británicos se plantean irse en un referéndum dentro de dos días. Los refugiados que huyen de guerras y persecuciones tropiezan con vallas, muros, alambradas y policías que les impiden el paso. En prácticamente todas las elecciones en sus veintiocho estados los partidos de derecha extrema, xenófobos y euroescépticos avanzan progresivamente.
La primera vuelta en las presidenciales de Austria del domingo el candidato de extrema derecha, Norbert Hofer, se situó en primer lugar. El 22 de mayo se celebrará la segunda vuelta y el interés político se centra en si los populares y socialistas, perdedores, serán capaces de votar al veterano candidato no oficial de los verdes, Alexander van der Bellen, de 72 años, para impedir que la presidencia del país, un cargo más protocolario que efectivo, sea obtenido por un partido xenófobo.
El caso de Austria se puede aplicar en otros países europeos en los que los populismos xenófobos avanzan hasta el punto de estar en el Gobierno en Finlandia, Noruega, Dinamarca y tienen creciente representatividad en Suecia, Holanda, Francia y Gran Bretaña. En los casos de Eslovaquia, Polonia, Hungría y Chequia los gobiernos son claramente hostiles a las directivas que llegan de Bruselas en cuestiones sociales que se alejan de las posiciones nacionalistas de amplios sectores sociales de los estados miembros de la Unión.
Europa ha conseguido vivir un largo periodo de paz y convivencia en un continente en el que la guerra es un recurso casi natural para resolver los viejos conflictos ideológicos y territoriales.
En su visita a Gran Bretaña y Alemania, el presidente Barack Obama ha recriminado a esta Europa que parece que se cae a pedazos que “quizás necesitan a alguien de fuera para recordarles lo que han conseguido en estos últimos años”. La historia juzgará los dos mandatos de la presidencia Obama. En un primer borrador de su presidencia se detectan las carencias y equivocaciones por acción u omisión en Oriente Medio. Obama tiene que administrar una potencia que ya no es imprescindible como proclamaba la secretaria de Estado, Madeleine Albright, en los tiempos de Bill Clinton.
Tiene que competir con China, Rusia y la facción antioccidental del mundo islámico, la que fomenta el terrorismo internacional, para mantener su hegemonía económica, política y militar.
Obama mira a Europa en el ocaso de su mandato para reforzar unas relaciones que son imprescindibles para que los valores occidentales, de matriz europea, no sean pisoteados por las potencias emergentes que no conocen o desprecian los sistemas democráticos basados en resolver los problemas a través del debate.
En Londres se puso al lado del primer ministro David Cameron para pedir a los británicos que no se vayan de Europa porque serían más débiles y perderían influencia en el mundo. En Alemania se ha deshecho en elogios a la canciller Merkel, que ha puesto en grave riesgo su popularidad por su generosa y abierta política respecto a los refugiados. Se ha situado en el lado correcto de la historia porque sabe lo que significa vivir encerrada detrás de un muro, le ha dicho Obama en un gesto de complicidad en los grandes temas internacionales.
Henry Kissinger decía con un cierto sarcasmo que no sabía a quién tenía que telefonear para hablar con Europa. Obama ha dicho que tenía que hablar con Angela Merkel cuando quería algo de Europa. Las crisis creadas por el alud de refugiados que huyen de las guerras en las que Occidente ha sido uno de sus principales protagonistas están desvirtuando aquella idea humanista de Europa que ha comportado el periodo más largo de progreso, paz y libertad de la historia contemporánea. Estados Unidos necesita a Europa y al revés.
El general De Gaulle amaba la Europa de las patrias y se sumó a regañadientes a la misma idea de la Alianza Atlántica. Pero lo hizo porque reconocía que en dos ocasiones en el siglo pasado los norteamericanos vinieron a Europa para salvarnos de nuestros fantasmas fratricidas, que se remontan a la noche de los tiempos.
Detrás de estos gestos de complicidad hay, evidentemente, intereses muy diversos como el Tratado de Libre Comercio (TTIP), la seguridad mutua ante las amenazas del terrorismo y la defensa de las bases del capitalismo occidental. No es necesario coincidir en todo. Es más, hay que discutirlo hasta donde haga falta. Europa no puede deshilacharse, dejar de ser ella misma, por la llegada de los perseguidos por la guerra, las creencias y la miseria. No puede encerrarse en sí misma porque puede ser invadida por la barbarie que está almacenada en los armarios de nuestra propia historia.