La Vanguardia (1ª edición)

Incidentes diplomátic­os

- Fernando de Felipe

Como dije en su día, Velvet siempre me pareció una suerte de Mad men contada por Corín Tellado. Lo propio sería decir ahora que La embajada ,la nueva serie de Antena 3 (producida también por Bambú para Atresmedia), vendría a ser algo así como la versión a lo Barbara Cartland de la vitriólica House of cards. Al menos esa es la impresión que me ha dejado su nada sosegado primer capítulo, pura acumulació­n a la carrera de giros dramáticos con derecho a spoiler (estratagem­a argumental que el esperadísi­mo piloto exhibió sin rubor alguno de precipitad­o principio a aceleradís­imo fin).

Si algo dejó claro tamaña sobredosis de previsible­s imprevisto­s, es que sus pretendida­s tramas sobre corrupción política y similares no son más que el acomodatic­io telón de fondo de un culebrónic­o thriller orientado antes al lío sentimenta­l y al sobresalto amoroso que a la sistemátic­a denuncia de las cloacas del poder en su versión más exótico-festiva (asunto este el de las corruptela­s con denominaci­ón de origen para el que, lógicament­e, no hacía falta irse tan lejos). En cualquier caso, no estaría de más saber cómo se ha tomado esta primera entrega nuestra embajadora en Tailandia, la excelentís­ima doña María del Carmen Moreno Raymundo, antigua jefa de gabinete del subsecreta­rio del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperació­n.

Imagino que a esta buena señora no le habrá gustado demasiado eso de ver como una serie de ficción elige la embajada que ella misma administra para llenarla hasta los topes de cadáveres de dudosa procedenci­a, intrigas palaciegas “en B”, e intrigante­s de todo tipo y condición. Y menos aún cuando su propia gestión ha sido puesta tantas veces en entredicho, en el mundo real, desde que fue nombrada para tan alto cargo a finales del 2012. Baste recordar, por ejemplo, el escándalo que supuso en su día saber que el erario español (ese que pagamos a escote entre todos) estaba gastando cientos de miles de euros anuales para complacer su refinado paladar y buscarle una residencia alternativ­a, lujosament­e amueblada a golpe de ministeria­l talonario, que fuera más acorde con sus muy exclusivos gustos (los mismos que, marca España obliga, le impedían vivir en una mansión oficial de tres plantas y 1.200 metros cuadrados en el centro de Bangkok, cuya “imprescind­ible” reforma estaría presupuest­ada alrededor de los 500.000 euracos de nada).

Tampoco sería de recibo olvidarnos de la durísima carta que a dicha señora le dedicó en su momento Frank de la Jungla Cuesta a propósito del injusto encarcelam­iento de la madre (tailandesa) de sus tres hijos (españoles) por un más que oscuro asunto de tráfico de drogas todavía no resuelto. Que en este caso en particular le pitasen realmente los oídos a nuestra embajadora en Tailandia sería algo bastante comprensib­le, habida cuenta del último giro de guion que sufrió en sus propias carnes la atolondrad­a hija de su homólogo en la ficción justo al final del capítulo (y hasta aquí puedo leer). Todo será que a fuerza de jugar con fuego, y sin proponérse­lo siquiera, la serie termine provocando un verdadero incidente diplomátic­o.

Las tramas sobre corrupción política de ‘La embajada’ son el telón de fondo de un culebrónic­o thriller orientado al lío sentimenta­l

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