La Vanguardia (1ª edición)

Esperando a Godot

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El irlandés Samuel Beckett escribió Esperando a Godot. Tragicomed­ia en dos actos en francés a finales de los años cuarenta y la publicó en 1952. Muestra máxima del llamado teatro del absurdo, es un drama minimalist­a y nihilista en el que dos personajes, Vladimir y Estragon, tal vez vagabundos, esperan durante dos actos inútilment­e la llegada de un tal Godot que no se presenta y de quien sabemos poca cosa. Pozzo, el dueño de la tierra donde esperan en vano, y su esclavo Lucky aparecen también en los dos actos de este drama surreal y existencia­lista, así como un niño que dice no ser el mismo que apareció en el primer acto y que en ambos entrega una nota avisando de que el esperado Godot no llegará hoy, pero sí mañana. Lo dicho: teatro del absurdo del que a la postre se haría con un premio Nobel de Literatura y que nos legó las mejores y más extrañas acotacione­s teatrales de la historia, culminadas en el diálogo final: “Vladimir: Así qué, ¿nos vamos? Estragon: Sí, vámonos. Ambos personajes permanecen quietos.” Ya se sabe, la no acción es una acción y a veces las palabras van por un lado y los hechos van por otro. Puro teatro del absurdo o pura política, según cómo se mire. Porque no me negarán ustedes que desde el mismo concepto de tragicomed­ia en dos actos hasta esos personajes que hablan y hablan pero no se mueven, todo acaba por recordar inevitable­mente el actual momento electoral español. Repetición de elecciones (o nuevas elecciones; el lenguaje nunca es inocente), con lo que lo de pieza en dos actos es evidente. Y Mariano Rajoy y también Pablo Iglesias repitiendo que avancemos para seguir estáticos y sin moverse del sitio. Lo

Todo en ‘Esperando a Godot’, como los personajes que hablan y hablan y no se mueven, recuerda al actual momento electoral español

mismo, por otro lado, que Sánchez y Rivera, quienes tras su pactemos, pactemos, siguen esperando un Godot que no acaba de llegar ni de manifestar­se siquiera. Y así seguimos, entre el Ibex 35 que agitan algunos como fantasma y el recuerdo del 36 que les sirve a otros de espantajo... Lo malo de estos dramas tan intelectua­les es que sorprenden, sí, pero también aburren. Y cuesta pillar el sentido y el argumento de algo que parece simplement­e incapacida­d y sinrazón. Un absurdo, vamos. Que al fin y al cabo es de lo que se trataba. Y ahora, en este momento de intermedio entre el primer y el segundo acto de la obra, los espectador­es nos preguntamo­s si Godot existe o si llegará. Y si hay algo distinto de lo que vemos en el escenario. O si nos pasará en el segundo acto como a Pozzo, que reaparece ciego, o como a Lucky, que vuelve a escena mudo. Es verdad que de vez en cuando se aparece en el fondo del escenario o entre bambalinas una figura de rey y que eso hace que la obra sea no sé si más clásica o aún más moderna. Pero, en todo caso, lo cierto es que estamos aquí, rumiando nuestros discursos, mientras esperamos a Godot. Y con la incipiente angustia de tener que vivir sin Godot, a su espera extravagan­temente tranquila, aún no desesperad­a.

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