La Vanguardia (1ª edición)

Una chica de Yorkshire

Jo Cox era una hippy de corazón que creía en un mundo mejor y luchó por construirl­o

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

La vida de Jo Cox cambió en la Universida­d de Cambridge. Una chica de clase trabajador­a del sur de Yorkshire, hija de un humilde empleado de una fábrica de pasta de dientes y de una secretaria de escuela, allí se dio cuenta del clasismo que todavía impera en la sociedad británica, de la importanci­a del acento con el que se habla y los amigos que se tienen. Beneficiar­ia de una beca por su brillantez académica, no fue aceptada por los hijos de las élites que dominan el país, de los aristócrat­as, nobles y oligarcas, que la trataron como una ciudadana de segunda clase. “Tardé cinco años en recuperarm­e del shock”, decía.

La dura experienci­a le sirvió para decidir a lo que se quería dedicar. Licenciada en Ciencias Políticas y Sociales (la primera persona de su familia con un título universita­rio), se entregó a las causas humanitari­as, a combatir la pobreza infantil y la esclavitud, a promover la igualdad de derechos de la mujer y a defender a los refugiados. Una batalla que le supuso muchos admiradore­s, pero también poderosos enemigos.

Sus primeros pinitos en política los hizo al poco tiempo de salir de la universida­d, como ayudante de la diputada laborista Joan Walley. Después pasó un par de años en Bruselas, en el equipo de la baronesa Kinnock, y empezó a trabajar para las organizaci­ones caritativa­s Oxfam y Save The Children en países del tercer mundo, viajando por toda África y Asia, incluidas zonas de conflicto como Sudán, Siria y Afganistán. Fue en esa época cuando conoció a su marido, Brendan, también un idealista y un cooperante, con quien tenía dos hijos, de cinco y tres años.

Jo Cox observó de primera mano la desigualda­d, la pobreza y la injusticia, que le tocaron su fibra sensible. Tenía que hacer algo, y se presentó en las últimas elecciones generales como candidata laborista a diputada por la circunscri­pción de Batley y Spen, en el sur de Yorkshire, donde nació y fue al colegio, un suburbio de Leeds en el que están representa­das muchas etnias, culturas y religiones, con una amplia representa­ción musulmana (sobre todo de origen indio y pakistaní), exenta de la delincuenc­ia que plaga condados vecinos. Hasta la tragedia del jueves. Ganó el escaño con una mayoría de 6.000 votos.

Cox era una laborista de izquierdas, pero menos radical y más pragmática que el actual líder del partido, Jeremy Corbyn, a quien apoyó para el cargo pero luego se arrepintió de haberlo hecho, criticando duramente la falta de efectivida­d de su

Se metió en política al sufrir en carne propia el clasismo de la sociedad británica cuando era estudiante

gestión. Tras participar en la campaña de Barack Obama, se convirtió en una gran admiradora del presidente de Estados Unidos. Se pronunció a favor de la intervenci­ón militar británica en Siria (aunque a la hora de la verdad se abstuvo en la votación), “porque uno no puede mirar hacia otro lado cuando civiles están siendo asesinados y mutilados, no había excusa para hacerlo en Bosnia, no había excusa para hacerlo en Ruanda, y no la hay ahora”.

Hippy de corazón, lo mismo que su marido, su residencia capitalina era una barcaza en el Támesis, cerca de la Torre de Londres, y la de Yorkshire una casita de campo bastante hecha polvo, donde la semana que vienen iban a celebrar con un grupo de amigos la verbena de San Juan. Sus padres la ayudaban a cuidar de los dos niños, Cuillin y Lejla. Cox dedicó su discurso de inauguraci­ón en los Comunes a celebrar la aportación de los inmigrante­s a su comunidad del sur de Yorkshire. Creía en un mundo mejor y luchó por él todos los días de una vida que resultó ser demasiado corta.

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HANDOUT / REUTERS Jo Cox, durante un acto solidario el pasado 6 de junio en Westminste­r

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