Una chica de Yorkshire
Jo Cox era una hippy de corazón que creía en un mundo mejor y luchó por construirlo
La vida de Jo Cox cambió en la Universidad de Cambridge. Una chica de clase trabajadora del sur de Yorkshire, hija de un humilde empleado de una fábrica de pasta de dientes y de una secretaria de escuela, allí se dio cuenta del clasismo que todavía impera en la sociedad británica, de la importancia del acento con el que se habla y los amigos que se tienen. Beneficiaria de una beca por su brillantez académica, no fue aceptada por los hijos de las élites que dominan el país, de los aristócratas, nobles y oligarcas, que la trataron como una ciudadana de segunda clase. “Tardé cinco años en recuperarme del shock”, decía.
La dura experiencia le sirvió para decidir a lo que se quería dedicar. Licenciada en Ciencias Políticas y Sociales (la primera persona de su familia con un título universitario), se entregó a las causas humanitarias, a combatir la pobreza infantil y la esclavitud, a promover la igualdad de derechos de la mujer y a defender a los refugiados. Una batalla que le supuso muchos admiradores, pero también poderosos enemigos.
Sus primeros pinitos en política los hizo al poco tiempo de salir de la universidad, como ayudante de la diputada laborista Joan Walley. Después pasó un par de años en Bruselas, en el equipo de la baronesa Kinnock, y empezó a trabajar para las organizaciones caritativas Oxfam y Save The Children en países del tercer mundo, viajando por toda África y Asia, incluidas zonas de conflicto como Sudán, Siria y Afganistán. Fue en esa época cuando conoció a su marido, Brendan, también un idealista y un cooperante, con quien tenía dos hijos, de cinco y tres años.
Jo Cox observó de primera mano la desigualdad, la pobreza y la injusticia, que le tocaron su fibra sensible. Tenía que hacer algo, y se presentó en las últimas elecciones generales como candidata laborista a diputada por la circunscripción de Batley y Spen, en el sur de Yorkshire, donde nació y fue al colegio, un suburbio de Leeds en el que están representadas muchas etnias, culturas y religiones, con una amplia representación musulmana (sobre todo de origen indio y pakistaní), exenta de la delincuencia que plaga condados vecinos. Hasta la tragedia del jueves. Ganó el escaño con una mayoría de 6.000 votos.
Cox era una laborista de izquierdas, pero menos radical y más pragmática que el actual líder del partido, Jeremy Corbyn, a quien apoyó para el cargo pero luego se arrepintió de haberlo hecho, criticando duramente la falta de efectividad de su
Se metió en política al sufrir en carne propia el clasismo de la sociedad británica cuando era estudiante
gestión. Tras participar en la campaña de Barack Obama, se convirtió en una gran admiradora del presidente de Estados Unidos. Se pronunció a favor de la intervención militar británica en Siria (aunque a la hora de la verdad se abstuvo en la votación), “porque uno no puede mirar hacia otro lado cuando civiles están siendo asesinados y mutilados, no había excusa para hacerlo en Bosnia, no había excusa para hacerlo en Ruanda, y no la hay ahora”.
Hippy de corazón, lo mismo que su marido, su residencia capitalina era una barcaza en el Támesis, cerca de la Torre de Londres, y la de Yorkshire una casita de campo bastante hecha polvo, donde la semana que vienen iban a celebrar con un grupo de amigos la verbena de San Juan. Sus padres la ayudaban a cuidar de los dos niños, Cuillin y Lejla. Cox dedicó su discurso de inauguración en los Comunes a celebrar la aportación de los inmigrantes a su comunidad del sur de Yorkshire. Creía en un mundo mejor y luchó por él todos los días de una vida que resultó ser demasiado corta.