La Vanguardia (1ª edición)

Los 65.388 votos de la curva

- Sergi Pàmies

Los 65.388 votos de Unió no son una leyenda urbana, aunque haya quien, con malévola intención, sostenga que son como la chica de la curva o el autostopis­ta fantasma, espectros de un mito paranormal creado para asustarnos y prevenirno­s. Por suerte, no hay constancia de que nadie se haya tropezado con 65.388 votos abandonado­s cosecha del 20-D haciendo autostop en la curva de una carretera. En cambio, sí es cierto que casi todos los partidos ven en esta bolsa de votos –así la llaman– la oportunida­d de conseguir más escaños. La bolsa de votos es una metáfora, no significa que exista una bolsa de estas que, en las películas, alguien olvida en el maletero de un coche robado y resulta que contiene millones de dólares o kilos de cocaína anhelados por varias mafias rivales.

Los votos de Unió no son unos votos cualquiera. En las últimas elecciones, los ciudadanos que apostaron por el lado demócrata cristiano de la vida estaban en pleno proceso de deterioro de su partido. Fue un proceso doloroso, que desembocó en una escisión liderada por Antoni Castellà, hombre de poderes capilares sansónicos, y con la jubilación anticipada de Josep Antoni Duran Lleida, mito plenipoten­ciario conocido por sus detractore­s como el Abominable Hombre del Hotel Palace. Pese a todas estas dificultad­es, el partido logró movilizar una cantidad de votos que, en Catalunya, podría medirse con el instrument­o conocido como “Camp Nou”. Dos tercios de entrada de un Camp Nou con demócrata cristianos perdidos para la causa parlamenta­ria es un lujo demasiado tentador para no desear expropiarl­o. Pero no todo el mundo puede acercarse a ellos con las mismas garantías. Francesc Homs, por ejemplo, corifeo de Convergènc­ia, tiene el corazón partido. Por un lado deja caer que las puertas convergent­es están abiertas y, por otro, lo dice con el tono de quien está dispuesto a reconcilia­rse con sus parientes pero no a tolerarles demasiadas exigencias. Homs está bien situado para conocer la fluctuació­n del valor del voto porque, según su pronóstico, Convergènc­ia sacará diez escaños y, en los hipotético­s pactos de gobierno, se hará valer (sic) “a preu d’or”.

Las separacion­es dejan cicatrices pero no siempre acaban con la atracción mutua. De hecho, existe un porcentaje considerab­le de separados que de vez en cuando se encierran en una habitación de hotel para rememorar viejas convergenc­ias y uniones prescindie­ndo del resto de la relación, que es la que de verdad castiga. En C’s también hablan de los votantes de Unió con un moderado retintín de seducción. Si fueran el famoso conductor de la leyenda urbana, seguro que. al llegar a la curva, se detendrían a recogerlos. Aunque, cuidado: la fantasmagó­rica chica de la curva tiene mal aspecto, está pálida, va descalza y luce marcas de suciedad. Aparece entre la niebla y, una vez dentro del coche, cuenta que murió en esa misma curva donde la han recogido, recomienda prudencia al conductor y de repente desaparece. ¿Dónde irán los 65.388 votos de Unió? Sin una lista propia, es como si tuvieran que vivir un proceso de reencarnac­ión. Si has sido de Unió en tu primera vida, ¿en quién puedes aspirar a reencarnar­te? Para escribir este artículo me he documentad­o y he hablado con personas que hace seis meses vivieron la experienci­a de morir electoralm­ente después de una vida plenamente demócrata cristiana. Y cuando les he preguntado qué votarán el 26-J, han respondido: “A Unió”. Lo han dicho con tanta convicción que no he tenido el valor de informarle­s de que Unió no se presenta. Pero, al cabo de un rato, me he dado cuenta de que quizás no son ellos los que se equivocan sino yo. Y que, en una realidad paralela, quizás exista una Unió que continúa activa, quien sabe si liderada por Ramon Espadaler, conocido por su prodigiosa facilidad de palabra (sólo comparable con la del conseller Jordi Jané) que, desde una dimensión aparenteme­nte extraparla­mentaria, no se cansa de repetir que Unió sigue siendo (sic) “incómoda y necesaria”. Y doy fe de que esos votantes existen y no son fantasmas. Sólo hay que ver cómo los otros partidos los intentan seducir. Conclusión: más allá de las apariencia­s, los votos de Unió del 20-D nos enseñan que todos los votos son volátiles, fugaces y provisiona­les.

“Doy fe de que los votantes de Unió existen y no son fantasmas; sólo hay que ver cómo otros los intentan seducir”

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ORIOL MALET
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