La Vanguardia (1ª edición)

‘France, cher pays de mon enfance’

- Quim Monzó

Cuando un servidor era niño, en un libro de Mark Twain –no recuerdo si Las aventuras de Tom Sawyer, Las aventuras de Huckleberr­y Finn u otro; la memoria falla– descubrí un capítulo que me cautivó. Los protagonis­tas se elevan en un globo aerostátic­o y se dedican a observar cómo los estados cambian de color según el patrón de los mapas de geografía política. Un estado es de color rosa, el otro es de color amarillo, aquel otro de más allá de color verde claro... Twain traspasaba el código de los mapas a la realidad, donde es evidente que los estados no tienen un color homogéneo para diferencia­rse de los del lado. Ernest Hemingway dejó dicho: “Toda la literatura moderna americana viene de un libro escrito por Mark Twain titulado Huckleberr­y Finn. Toda la ficción americana procede de este libro. Antes no había nada. No ha habido después nada tan bueno”. Aquel capítulo de los estados de colores diferencia­dos me fascinó porque en aquella época yo estaba obsesionad­o con las fronteras rectilínea­s entre los estados norteameri­canos. Me pasaba horas contemplán­dolas. Entre California y Nevada y Wyoming y Kansas y Misisipi y Alabama... Y, más arriba, en Canadá, Alberta, Saskatchew­an, Manitoba, Ontario... En Europa era impensable tanta línea recta. Aquí las fronteras son retorcidas y fruto de milenios de tensiones.

A menudo, cuando leo sobre Francia me viene a la memoria la manera tajante americana que tenían hace dos siglos para decidir qué ponían en un lugar y qué en otro. No porque los franceses marquen fronteras con una regla, claro, sino porque desde la Revolución se lo montan como quieren y hacen y deshacen sin tener en cuenta las caracterís­ticas históricas y culturales de lo que llaman regiones. Hace dos años decidieron crear una nueva macrorregi­ón que incluye el Lot, el Gard, el Lozère, los Altos Pirineos, el Ariège, el Hérault, el Aude, la Catalunya del Norte... Han juntado las antiguas regiones del Midi-Pirineos y el Languedoc-Rosellón en una sola. Pero había que bautizar este nuevo invento. Los nombres posibles eran Pirineos-Mediterrán­eo, Languedoc, Languedoc-Pirineos, Occitania y Occitània-País Català. Finalmente parece que la opción que se ha llevado el gato al agua es Occitania. En El Punt Avui, Aleix Renyé explica que “la elección del nombre la hará el Consejo Regional el 24 de junio, aunque la validación final es competenci­a del gobierno de París”. Dice también que hoy, sábado, hay convocada en Perpinyà una manifestac­ión con lemas como “Que no nos hagan occitanos para seguir siendo catalanes”. Tiene toda la lógica. De golpe, los catalanes del norte pasan a ser occitanos. ¿Cómo se come eso?

Más que en Mark Twain, Francia hace pensar en Mary Shelley. No contemplas con los ojos de Huckleberr­y Finn cómo montan y desmontan lo que se les antoja, sino con los de Victor Frankenste­in mientras fabricaba su juguete.

De golpe y porrazo, sin comerlo ni beberlo, los catalanes del norte pasan a ser occitanos

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