Aproximaciones
Una manera de sentirnos eternos es esgrimir valores absolutos, una clase de estrategia para rebajar la ansiedad de saber que somos temporales. Por ejemplo, cuando decimos salud nos estamos refiriendo a una salud perfecta, sin rendijas ni vulnerabilidad, es decir, nada ni nadie nos puede estropear, cuando es precisamente todo lo contrario, la sensación de vulnerabilidad es la que nos hace decir precisamente estas cosas absurdas que la razón ya sabe muy bien. La salud es una aproximación. Como muchas otras cosas, se está más o menos sano y por más o menos tiempo. Todo ello no depende tan sólo de nuestro organismo, sino también de las circunstancias externas que están en gran medida fuera de nuestro alcance. Y ello pasa también con las virtudes y los defectos, así que esa clase de fluctuaciones forman parte de nuestro vivir.
Por ejemplo, la búsqueda de absolutos es una de las motivaciones de muchas fuerzas políticas que habitan en los extremos. Palabras como siempre o jamás se utilizan con una frivolidad espantosa porque denotan un miedo incontrolable al quizás o al tal vez, palabras que forman el léxico de la aproximación y por tanto del respeto a las diferencias. Y la democracia precisamente se ha construido con un léxico de aproximación a la verdad, a la realidad, al consenso, a la provisionalidad, como la vida misma, y aún más, como dice Zygmunt Bauman, en la “sociedad líquida” donde todo fluye de un lado para otro de manera inestable como una navegación. Según el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, en su libro El precio de la desigualdad: “El 1% de la humanidad tiene lo que necesita el otro 99% restante para vivir”, y ello quiere decir que este 1% retiene unos recursos inmensos como si fuesen salvaguardas eternas y como si esta muralla de dinero les diera el pasaporte a la inmortalidad. Todo ello, además de una gran injusticia, es una gran mentira que quieren creer para reducir su miedo.
Los demócratas convencidos sabemos que la temporalidad es nuestro signo y que asumirla quiere decir que no nos aferraremos a ningún cargo ad infinitum, porque somos finitos y también, básicamente, no queremos hacer el ridículo.