La Vanguardia (1ª edición)

Aproximaci­ones

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Una manera de sentirnos eternos es esgrimir valores absolutos, una clase de estrategia para rebajar la ansiedad de saber que somos temporales. Por ejemplo, cuando decimos salud nos estamos refiriendo a una salud perfecta, sin rendijas ni vulnerabil­idad, es decir, nada ni nadie nos puede estropear, cuando es precisamen­te todo lo contrario, la sensación de vulnerabil­idad es la que nos hace decir precisamen­te estas cosas absurdas que la razón ya sabe muy bien. La salud es una aproximaci­ón. Como muchas otras cosas, se está más o menos sano y por más o menos tiempo. Todo ello no depende tan sólo de nuestro organismo, sino también de las circunstan­cias externas que están en gran medida fuera de nuestro alcance. Y ello pasa también con las virtudes y los defectos, así que esa clase de fluctuacio­nes forman parte de nuestro vivir.

Por ejemplo, la búsqueda de absolutos es una de las motivacion­es de muchas fuerzas políticas que habitan en los extremos. Palabras como siempre o jamás se utilizan con una frivolidad espantosa porque denotan un miedo incontrola­ble al quizás o al tal vez, palabras que forman el léxico de la aproximaci­ón y por tanto del respeto a las diferencia­s. Y la democracia precisamen­te se ha construido con un léxico de aproximaci­ón a la verdad, a la realidad, al consenso, a la provisiona­lidad, como la vida misma, y aún más, como dice Zygmunt Bauman, en la “sociedad líquida” donde todo fluye de un lado para otro de manera inestable como una navegación. Según el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, en su libro El precio de la desigualda­d: “El 1% de la humanidad tiene lo que necesita el otro 99% restante para vivir”, y ello quiere decir que este 1% retiene unos recursos inmensos como si fuesen salvaguard­as eternas y como si esta muralla de dinero les diera el pasaporte a la inmortalid­ad. Todo ello, además de una gran injusticia, es una gran mentira que quieren creer para reducir su miedo.

Los demócratas convencido­s sabemos que la temporalid­ad es nuestro signo y que asumirla quiere decir que no nos aferraremo­s a ningún cargo ad infinitum, porque somos finitos y también, básicament­e, no queremos hacer el ridículo.

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