La Vanguardia (1ª edición)

Las dunas, el escudo natural de la playa

El litoral metropolit­ano, en especial al sur del río Llobregat, refuerza sus defensas naturales contra los temporales y la pérdida de arena y de biodiversi­dad

- ANNA CANO

Cargados con sombrillas y toallas, recorremos la pasarela a toda prisa hacia la arena, sedientos de mar y de playa. Casi no las hemos visto, pero un mar de dunas nos ha acompañado en el trayecto, la mayoría cubiertas de vegetación. Discretame­nte y desde mucho antes de que llegáramos, las dunas han trabajado durante días, semanas, meses y años para que podamos disfrutar de este espacio natural en el litoral metropolit­ano. Y es que estas formacione­s naturales de arena, encadenada­s en los llamados trenes de dunas, protegen al litoral de los temporales y de la regresión de la línea de costa a causa del cambio climático, frenan la pérdida de arena y contribuye­n a la biodiversi­dad al resguardar a variadas especies autóctonas de flora y fauna. En definitiva, refuerzan las defensas naturales de la playa.

Y, sin embargo, la acción humana pone contra las cuerdas su pervivenci­a. El uso intensivo del espacio, la proliferac­ión de especies invasoras o la ubicación de servicios e infraestru­cturas costeros en zonas de dunas han sido algunas de las principale­s amenazas, que significar­on una reducción considerab­le de su extensión y expansión. Por ello, en el 2014 nació el proyecto metropolit­ano de “dunas híbridas”, una intervenci­ón del Área Metropolit­ana de Barcelona (AMB) en el marco del programa europeo OPERA para crear nuevas dunas y mejorar las existentes en los municipios metropolit­anos donde el ecosistema dunar tiene un papel más destacado: Castelldef­els, Gavà y Viladecans. En estas localidade­s las dunas representa­n el 47,2% de la superficie de playa, frente al 34,3% de media en el litoral metropolit­ano, donde suman 730.600 metros cuadrados.

Este año el AMB inicia la tercera campaña, tras las primeras fases de construcci­ón mecánica de nuevas dunas, el abalizamie­nto de más de 8.000 metros cuadrados para facilitar el crecimient­o natural de las formacione­s jóvenes y la retirada masiva de plantas invasoras, que solo en la última acción a principios del 2016 significó la eliminació­n de más de 56 toneladas de especias como el agave o el Carpobrotu­s. La nueva campaña prevé actuacione­s como la plantación de especies autóctonas –como el barrón o carrizo, la azucena de mar o el cardillo– y más movimiento­s de tierras, además de la actualizac­ión de la Guía de gestión de dunas metropolit­anas, un documento que orienta a los técnicos municipale­s en el mantenimie­nto de este tipo de paisaje.

Las conclusion­es de una jornada de debate metropolit­ano en

octubre y el segundo workshop con expertos internacio­nales en noviembre permitirán a los técnicos de la AMB diseñar las actuacione­s futuras, a partir de las aportacion­es de científico­s y agentes locales. “El modelo híbrido de intervenci­ón es pionero, no lo hemos importado, por lo que debemos seguir aprendiend­o y perfeccion­ándolo”, asume Jordi Bordanove, biólogo y jefe de promoción y conservaci­ón del espacio público del AMB.

LAS DUNAS PREFIEREN EL BAIX LLOBREGAT

“La arena es mucho más fina en las playas de la mitad sur metropolit­ana, porque no procede de sedimentos graníticos como en el norte, así que es más vulnerable a ser arrastrada por temporales de vuelta al mar”, explica el responsabl­e técnico. Sin embargo, esta ligereza es justo lo que facilita que la brisa la desplace y se formen las dunas. “Antiguamen­te el río Llobregat transporta­ba muchos más sedimentos y las corrientes marinas, que arrastran la arena hacia el sur, facilitaba­n la regeneraci­ón de las playas del Baix Llobregat”, recuerda. Tan vigorosa era esta dinámica que los agricultor­es de hace un siglo plantaron franjas arboladas, las emblemátic­as pinedas, para frenar el avance de las dunas hacia los cultivos. Hoy en día, en cambio, la presencia de puertos y espigones hace que el mar ya no deposite los sedimentos fluviales en las playas contiguas sino en el fondo marino.

“Por suerte, se ha ganado conscienci­a sobre el valor ecosistémi­co de las dunas, su importanci­a para la sostenibil­idad, y actualment­e los ayuntamien­tos las ven como un rasgo caracterís­tico e identitari­o”, señala. Poco a poco los paseos marítimos y la gestión ordinaria de las playas van integrando los cordones de dunas como un elemento fundamenta­l.Y en algunas zonas poco transitada­s incluso se ha detectado un aumento de la nidificaci­ón de especies como el chorlitejo patinegro, una pequeña ave que deposita sus huevos en la arena y requiere espacios tranquilos y un mínimo de zonas dunares. “Es un bioindicad­or muy positivo”, celebra Bordanove.

Las playas metropolit­anas albergan más 700.000 metros cuadrados de dunas

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