Giner y la “tercera España”
La mañana del 7 de mayo de 1874, el general Serrano, presidente del Gobierno, llegaba a Madrid victorioso: el ejército del Norte acababa de levantar el cerco de Bilbao por los carlistas. A la misma hora –escribe Vicente Cacho–, y por las mismas inmediaciones de la estación del Norte, bajaba un sencillo ataúd conducido por ocho porteros de la Universidad Central y seguido de un centenar de hombres. El muerto era don Fernando de Castro, rector de la Universidad de Madrid tras la revolución de 1868 y sacerdote separado de la Iglesia. Llegados al cementerio civil –“miserable corral de abrojos”– y tras una severa ceremonia, el cadáver recibió sepultura junto a la de don Julián Sanz del Río, introductor del krausismo en España. Entre los asistentes estaba don Francisco Giner de los Ríos. Nada le hacía destacar. Sin embargo, ese profesor universitario de
Hay que clavar los pies en la arena y aguantar; pero no de una manera pasiva y resignada, sino activa e ilusionada
treinta y cinco años, pequeño, enjuto y erguido iba a ser quien continuase, hasta entrado el siglo XX, la herencia ideológica de los dos hombres allí enterrados, a través de la Institución Libre de Enseñanza.
La Institución Libre de Enseñanza ha sido –según Florentino Pérez Embid– el más coherente y sostenido intento de configurar la vida de este país según los principios de la cultura europea moderna. La Institución continuó el movimiento krausista, pero su mensaje se fue completando con otras ideas: el liberalismo doctrinario, el economicismo individualista, el positivismo, el neokantismo, el realismo literario y artístico, y siempre, de modo subyacente, el progresismo demócrata y republicano. Algunos institucionistas asumieron ciertos postulados del marxismo, pero la actitud mental y vital de los hombres de la Institución fue la de la izquierda burguesa: laicismo, secularización, refinamiento estético, puritanismo moral, propósitos minoritarios y formas de vida típicas de la clase media.
En la conformación de estas aportaciones como un corpus doctrinal y en su traducción en un estilo de vida, fue determinante don Francisco Giner, quien definió con nitidez los contornos de una “tercera España” que intenta, una y otra vez, dejar sentir su voz, y que siempre es acallada por las otras dos Españas cainitamente enfrentadas. Salvador de Madariaga escribió en su libro España (1955) unas palabras un tanto chuscas pero expresivas. Dicen así: “(La Guerra Civil) se debió al efecto combinado de dos pronunciamientos a la española: el de don Francisco Largo Caballero, caudillo del ala revolucionaria de la Unión General de Trabajadores, y el de don Francisco Franco, caudillo de la Unión General de Oficiales. En julio de 1936, estos dos hombres encarnaron la tradición española de intervención violenta en la cosa política. Azaña, harto tardíamente, pensó en encarnar otra tradición española, la de la transacción razonable y el acuerdo mutuo que tan admirablemente cultivaba don Francisco Giner. En esta batalla de los tres Franciscos, el verdadero, el grande, el creador, el que era esperanza de España fue la víctima de la acción violenta de los otros dos. Y, sin embargo, aunque todavía demasiado inorgánica para hacerse oír, la verdadera España estaba con don Francisco Giner”.
Las otras dos Españas no perdonaron nunca a Giner. Porque es cierto –como se ha dicho– que, cuando en la Guerra Civil estallaron las viejas tensiones religiosas y sociales, la ola de violencia desencadenada pulverizó y aventó, como escorias burguesas, todo lo que quedaba de cuantos centros y organismos habían sido hogares e instrumentos de los hombres de la Institución. Pero también es verdad que existen múltiples episodios que ponen de relieve como la otra España –la vencedora– trató de igual forma a los institucionistas que permanecieron fieles a la República.
Don Francisco Giner, desencantado por la revolución de 1868, la Gloriosa, todo lo fio –como recuerda el profesor Sotelo Vázquez– a la tarea educadora a la que consagró su vida. No fue suficiente. La “tercera España” fue otra vez derrotada. Pero no importa. Siempre reaparece, de una u otra forma, la vocación reformista y regeneradora. Y es justo recordar desde Catalunya que el esfuerzo regenerador de Giner y de la Institución fue acompañado por un intento análogo protagonizado por el movimiento catalanista. El profesor Cacho Viu ha levantado acta de ello en un libro de expresivo título: El nacionalismo catalán como factor de modernización.
Hoy, cuando todo esfuerzo parece baldío, es tiempo de reafirmarse en los ideales que informaron la vida y la tarea de tantos y tantos españoles que –como don Francisco Giner y sus discípulos– soñaron una España abierta por culta, en paz por justa y acogedora por plural. Una España que se acepte a sí misma como es. Hay que clavar los pies en la arena y aguantar. Pero no de una manera pasiva y resignada, sino activa e ilusionada: esforzándose, como sintetizó Antonio Machado, en “un duelo de labores y esperanzas”, verso que da título a un excelente libro colectivo sobre Giner, publicado recientemente por la Universitat de Barcelona.