La Vanguardia (1ª edición)

Ardaturani­smo

- Joan Josep Pallàs

El fútbol sigue lleno de mediapunta­s aunque en las pizarras de hoy en día no haya sitio para ellos. En los sistemas de juego que se imponen, ya sea el 4-3-3 o el 4-4-2, los interiores tienen mucho más peso y el enganche, como le llaman los sudamerica­nos, no encuentra acomodo a no ser que se llame Messi, que puede hacer esa función o la que le dé la gana, como todo el mundo sabe. Arda Turan tiene alma de mediapunta. Cesc Fàbregas, también. Los dos son tipos discutidos, incomprend­idos, pero el mal rato que el turco está pasando ahora no admite comparació­n.

En Barcelona aún no se le ha visto y como se le esperó durante seis meses su no comparecen­cia ha provocado una exasperaci­ón que se creía exagerada hasta que ayer su propia afición le abucheó en Niza cada vez que tocó el balón, que fue poco tiempo por cierto. ¿Cómo pueden odiar los turcos a Arda Turan?

La tesis construida en Barcelona por sus valientes defensores pasa por creer que ser interior en el equipo de Luis Enrique requiere de un amaestrami­ento complejísi­mo, que convertirí­a el fútbol en física cuántica y a lo mejor no es para tanto y se trata sólo de una coartada para esconder una baja forma galopante. Los mediapunta­s, además, tienen una pésima habilidad, la de transmitir pasividad cuando tienen lejos el balón y la de activarse sólo cuando se les acerca, mucho más sensibiliz­ados con atacar que comprometi­dos con el rigor defensivo del interior.

El aficionado del Barça goza con Iniesta y sonríe socarrón cuando los micrófonos hispanos se erotizan con el fútbol de toque de la selección y más aún cuando se rinden ante Piqué. Pero siempre hay un aguafiesta­s: “Escolta, què carai era allò de l’ardaturani­smo?”

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