La Vanguardia (1ª edición)

‘Liberté, égalité, securité’

- Felip Vivanco

Colas y colas y colas. La Eurocopa es como la vida, te la pasas esperando tu turno y, tal vez, en medio de la espera, eres afortunado y te deleitas en directo viendo a diez metros de distancia a Andrés Iniesta levitar, gobernar, repartir asistencia­s y felicidad a raudales mientras la lluvia cae igual de generosa en el Stadium de Toulouse. El torneo avanza y los organizado­res futbolític­os, en estado permanente de “me va a dar un patatús”, encajan todas las andanadas que les llegan desde múltiples frentes: los puñetazos de los aficionado­s violentos, los garrotazos de los

casseurs de las manifestac­iones, la amenaza yihadista latente a cada minuto, la huelga de maestros, la de los transporte­s... El primer ministro Manuel Valls tiene que beber mucho zumo de naranja para que no se le atragante el cruasán cada mañana. Abre el periódico y no encuentra consuelo hasta que lee el horóscopo, en la última página, la del tiempo. Valls es Leo. En la edición del miércoles,

La Depêche du Midi parecía dedicarle personalme­nte el augurio: “Leo: analiza los hechos sin dramatizar­los. Tienes razón a la hora de querer aportar modificaci­ones en el terreno profesiona­l”. La nueva ley del Trabajo que impulsa ha tenido como respuesta huelgas en cascada, también de trenes. La réplica al premier ministre catalán la da Philippe Martínez, secretario general de la CGT, de origen cántabro. Sólo falta que tercie la alcaldesa gaditana de París Anne Hidalgo.

Las autoridade­s son consciente­s de que la fraternité de su lema más universal ha sido relegada en favor de la securité. No está el horno para bollos y menos después del atentado mortal a dos agentes en Magnanvill­e. Los analistas policiales han criticado a los mandos del ramo por enviar a los antidistur­bios “demasiado armados” y plantados como si fueran un ejército en vez de ser más discretos. Son opiniones.

La seguridad en los estadios es muy estricta. Lo experiment­amos en Toulouse en el debut de España: sólo hubo un control, pero exhaustivo. Primero la mochila, luego el cacheo sin miramiento­s. Cuando ya estás libre de toda culpa, el robocop que te ha hecho la osteopatía te da dos palmadas en la espalda (vuelas dos metros, uno por palmada) y vas propulsado a hacer cola, esta vez en el bar. Se sirven dos tipos de cerveza, una con apenas alcohol (0,5%) y otra sin.

Desde la hora en que terminan los partidos hasta la madrugada en los aeropuerto­s y estaciones de tren de las sedes no se puede ni vender ni beber alcohol. El decreto busca que no se retrasen los vuelos ni haya incidentes en los trenes, pero todo ello es papel mojado.

La única buena noticia para el Gobierno galo es que les bleus suman y siguen, y que tal vez Rusia quede eliminada a las primeras de cambio. Muchos en el país lo desean. La violencia de parte de su afición es, con diferencia, lo peor de un torneo que es una guerra deportiva de 31 días donde la fraternité no se puede perder de vista nunca.

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PHILIPPE WOJAZER / REUTERS Una patrulla de soldados franceses
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