La felicidad siempre gana
Ha empezado la Eurocopa y algunos catalanes no nos sentimos convocados. La miramos de reojo mientras nos ingeniamos excusas cada vez más sofisticadas. Pero la felicidad es cruel. Siempre gana. Como el buen juego, a la larga. Un chiste en las redes comparaba la incomodidad que había producido el gol de Piqué a los que lo silbaban con la inesperada oferta que te hace tu pareja, hasta aquel momento incompetente en la materia, de una nueva técnica sexual recientemente aprendida: no sabes si celebrarlo y beneficiarte desacomplejadamente o admitir que lo ha tenido que aprender en algún otro lado...
La felicidad siempre gana, por siniestro que tenga el origen. Sobre todo en fútbol. “¿No preferirías ser del Barça?”, le preguntamos al hijo de unos amigos pericos en la época de Guardiola. “Sí, pero mi padre se enfadaría”. La felicidad es injusta y tiene muy mala sombra. Ser aficionado al fútbol es darse cuenta de ello. Es entender cuán volubles son las adscripciones. Cuán caprichosas son las identidades. Y cuán artificiales. Las tradiciones se inventan. Los mitos se hacen y se deshacen. Pertenezco a una larga estirpe de culés. Pero ha habido muchos momentos en que he querido que perdiéramos como si sólo así se pusiera en evidencia la bajeza de nuestros dirigentes. Este es uno de ellos. Por suerte, el Barça no juega la Eurocopa. Tenemos un presidente que nos ha tomado el pelo y todos sabemos que será muy difícil mandarlo a paseo. Llamarle Nobita no ayuda mucho. Rajoy se nos hace más simpático cada vez que balbucea alguna burrada. Y vaya a saber por qué, pero seguir hablando del caso Bárcenas ya empieza a darle más vergüenza a quien lo hace que a quiEn sacó partido. Núñez ha pasado a la historia
Tenemos un presidente que nos ha tomado el pelo y todos sabemos que será muy difícil mandarlo a paseo
como un gran gestor (!) y como un personaje entrañable. Jesús Gil también era muy simpático. Dinio, un genio. Y Belén Esteban, una madre ejemplar. Por miedo a poner en un pedestal a gente mejor que nosotros, enaltecemos a monos de feria.
La pregunta vuelve a ser la de siempre. ¿Qué hacemos aquí? ¿Hemos venido a reír las gracias a unos malabaristas mientras ganen títulos o hemos venido a defender una idea que, a la vez que seduce e implica a los malabaristas, nos hace a todos mejores? ¿Ha venido a hacer negocios, señor presidente, o a defender los valores que hicieron del Barça una referencia mundial? La respuesta es tan evidente que hace llorar. Quizás Bartomeu amaba al Barça. Pero hacerle pagar al club su chapuza pone de manifiesto que no es así. Se le tendría que caer la cara de vergüenza. No se le caerá. La próxima temporada lo seguiremos viendo en el palco, nervioso cuando no jugamos bien, claro, pero celebrando cada gol que marcamos con aquella sonrisa oriental, ya olvidada la infamia, feliz como un niño.