La Vanguardia (1ª edición)

¿Y qué fue de Rijkaard?

El extécnico azulgrana vive entregado a su familia, a caballo de Amsterdam y Marbella

- Sergio Heredia

“Os doy un consejo: será mejor que no hagáis enfadar a Frank...”

Arrigo Sacchi

–¿Qué va a comer?

Claudio Losardo (57) ofrece la carta de la trattoria. Es la una y media de la tarde, y se nota trasiego en la cocina. A Casa Mia luce bien. Losardo dice que han remodelado la trattoria ,y que el lugar, en el distrito de SarriàSant Gervasi, ofrece ahora otro aspecto. Más diáfano y claro.

–Ahí estaba la barra. Cruzaba de lado a lado. Ocupaba demasiado espacio. También cambiamos los muebles. Mucho mejor ahora –insiste.

Aunque lleva más de diez años en España, Losardo conserva el acento italiano: tiende a italianiza­r el castellano. Se le escapan términos como

per piacere.O buon giorno. Llegó aquí de la mano de Frank Rijkaard, íntimo amigo en Milán.

–Yo trataba con Frank, y también con Van Basten y Gullit. Fui el cuarto holandés del gran Milan de los ochenta y los noventa –recuerda. –¿Tan amigos eran? –Ya lo creo. Comía con ellos, montábamos cenas, cumpleaños. Rijkaard venía a mi casa y a la de mi suegra. Ella le hacía risotto con fresas. Tomábamos tiramisú a la fragola. Y bebíamos vino fragolino. Para Ancelotti, yo era el cuarto holandés. –Pero no jugaba con ellos. –¿Qué dice? Yo fui un futbolista de segunda fila. Pequeño, al estilo Giuly... ¿Cómo demonios iba a formar parte de aquel Milan, el más glorioso de la historia...?

Aquella amistad se eternizó. Cuando Rijkaard pasó al banquillo del Barça (2003), Losardo se convirtió en su secretario. No era el suyo un cargo oficial, sino más bien oficioso: Rijkaard reniega de las corbatas, se sabe de sobra. Losardo le llevaba los asuntos personales y familiares. Procuraba que la casa del técnico, en Pedralbes, estuviera en orden. Fue enlace con la prensa, su asesor en muchos asuntos. Le organizaba partidos de pádel...

–¿Sabe una cosa? Frank adoraba Barcelona. Quería conocerla a fondo. Recorrerla. Así que se compró una Yamaha 300, se puso un casco y anduvo días por ahí mirándolo todo, sin que nadie le reconocier­a. Luego se cambió la moto y me regaló la Yamaha. Se le había quedado pequeña: ¡es un tipo grandote!

Losardo se sienta a la mesa y me enseña fotos de Rijkaard. Ambos posan junto al trofeo de la Champions del 2006. Recuerda aquel episodio en el que Rijkaard hilvanaba fragmentos de una canción de Antonio Carmona (Para que tú no llores), y así respondía a los periodista­s.

–No lloro. No pierdas la esperanza. Sé que llegará, llegará. El buen fútbol

llegará –canta Losardo–. Carmona vendió muchos discos gracias a aquel momento. Ambos llegaron a hacerse amigos: les monté una reunión en el despacho de Frank. A Rijkaard le encantaba enviar mensajes. Me pidió que le estampara frases de Martin Luther King en una chaqueta. La lució en algunas ruedas de prensa. Rehuía de las peleas. Por eso, se llevó un buen disgusto cuando ocurrió aquello con Rudi Völler.

Se refiere al Mundial de Italia’90. Holanda y Alemania se jugaban el pase a cuartos. Hubo un encontrona­zo entre ambos, y Rijkaard zanjó la historia escupiendo a Völler. Los dos, expulsados. –Aquel gesto tenía que ver con el estado de ánimo de Frank. Se había separado de su mujer y estaba tenso consigo mismo. Völler le había ofendido en el campo, no diré el porqué. Frank reaccionó mal, y se llevó tal disgusto que se retiró de la selección.

–Nadie le vio comportars­e así en Barcelona. Fue un técnico ejemplar. Hay quien dice que no se le ha reconocido lo suficiente. Que todos los éxitos de este Barça se atribuyen a Guardiola y Luis Enrique –le digo...

–Frank odia el protagonis­mo. Siempre en segunda línea. En fin. No se fue feliz. ¡Nadie quiere dejar el Barça! Es cierto que no salió por la puerta grande. Había problemas con Ronaldinho, Eto’o... Se fue cansado. Paró un año, antes de irse al Galatasara­y. Luego dirigió Arabia Saudí. –¿Y ahora? –No hace nada. Descansa. Es un gran psicólogo. Y lee mucho. ¿Sabe? Mientras lee un libro, escribe todas las palabras en un cuaderno. –Debe de ir muy lento –digo. –Pero así lo recuerda todo. Losardo cuenta que Rijkaard tiene una casa en el centro de Amsterdam, en el parque Voldenpark. Dice que es vecino de Van Basten y Gullit. Y que se compró otra en Marbella. Allí va en julio y agosto. También dice que le han llegado ofertas del Manchester United, Roma, Milan, Valencia, PSG, Athletic... Y que las rechaza: harto está del agobiante fútbol europeo.

–Yo le veo comprometi­do con una escuela de fútbol que ha montado en Estados Unidos. Allí está su futuro. (...) –Bueno, ¿qué va a comer? –insiste Losardo, carta en mano. –No sé, ¿qué tomaba Rijkaard? –Los spaghetti alle olio e peperoncin­o. Su plato favorito. –Vale, a por ellos... Mientras comemos, se nos sienta a la mesa Ariedo Braida, director deportivo del Milan, forjador de aquella línea oranje. Le pregunto por Weah, un personaje fascinante.

Esto merece capítulo aparte.

“Tiene ofertas, pero prefiere mantenerse alejado del fútbol, al menos por ahora”, dice Claudio Losardo

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MATTHEW ASHTON / GETTY Un grafiti retrata a Frank Rijkaard frente a la casa de los aficionado­s del Ajax, en Amsterdam
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