La Vanguardia (1ª edición)

El radical frívolo

- MAITE GUTIÉRREZ

Las crónicas que llegan desde Londres coinciden en señalar un estado de ánimo predominan­te en las institucio­nes británicas. Pánico en Downing Street. Pánico en la City. Resulta algo extraño que el estandarte de la radicalida­d democrátic­a en el que se ha convertido David Cameron sienta tanto miedo. Porque alguien con el arrojo suficiente como para convocar dos referéndum­s de tal calado en tan breve periodo de tiempo debería asumir con firmeza los resultados de estas votaciones, le satisfagan o no. No parece que sea el caso del premier británico. Salió airoso de la consulta sobre la independen­cia de Escocia, pero ahora vive paralizado ante la perspectiv­a de una victoria de los antieurope­os en el referéndum del 23-J. Lo intrigante de todo esto es la razón verdadera que ha empujado a Cameron a llamar a los ciudadanos a las urnas. ¿Lo ha hecho por sus profundas conviccion­es democrátic­as? ¿Por dar salida a las ansias de expresión del pueblo? ¿O todo responde en realidad al tacticismo político de corto recorrido? Nos inclinamos por esto. Acuciado por presiones y las malas perspectiv­as dentro de su partido, puso dos referéndum­s encima de la mesa sin calcular demasiado bien las consecuenc­ias a largo plazo. Toda una razón de peso. Lo mínimo que se le exige a un presidente del gobierno es que sus decisiones estén bien fundamenta­das. Quizás Pablo Iglesias pueda tomar nota del caso británico. Los últimos días ha serpentead­o con su defensa del referéndum sobre la independen­cia de Catalunya. Asegura que lo hará, pero cada día ofrece una versión distinta del porqué. En Barcelona: “Porque soy demócrata y respeto los derechos nacionales de los catalanes”. En Madrid: “Para tener tranquilid­ad los próximos 25 años”. ¿Cuál será el auténtico motivo?

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MATT CARDY / GETTY David Cameron
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