La Vanguardia (1ª edición)

Encuestas

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Los resultados electorale­s del pasado domingo tuvieron un efecto sorpresa no detectado por las encuestas y eso ha llevado a este defensor a proponer una reflexión periodísti­ca sobre el tema. La campaña electoral arrancó con la publicació­n, el 9 de junio, de los datos de la encuesta realizada por el CIS entre el 4 y el 22 de mayo, con 17.488 entrevista­s en toda España. El dato más destacado era que preveía el sorpasso de Unidos Podemos al PSOE, con hasta 12 escaños de ventaja.

Repasando ahora ese trabajo del CIS, se apuntaban en él otros detalles que no alcanzaron la misma relevancia informativ­a: un tercio de los electores no tenía decidido su voto; un 42,4% de los jóvenes de entre 18 y 24 años aún no sabía a quién votar; un 70% de los mayores de 55 años sí lo tenía claro; Ciudadanos tenía el voto más infiel: hasta un 40,5% no repetiría; y el PSOE era el partido favorito de los españoles pese a desplomars­e en intención de voto. Es fácil escribir a toro pasado, pero esos factores dibujaban un escenario que ayuda a interpreta­r ahora lo sucedido.

Todas las demás encuestas publicadas por los medios a lo largo de la campaña se remitieron una y otra vez al posible sorpasso, así que la duda del defensor era si ese elemento no habría acabado por decantar, en un sentido u otro, muchas decisiones de electores. Y la pregunta que quise hacer a los expertos es hasta qué punto las encuestas no acaban teniendo un papel más proactivo que informativ­o en una campaña.

Carles Castro, redactor de Política, especialis­ta en interpreta­r las encuestas para los lectores de La Vanguardia, considera que “las encuestas son un elemento más de informació­n para algunos votantes que meditan su decisión final e incluso sacrifican la ideología a considerac­iones tácticas. ¿Cuántos? Según la encuesta postelecto­ral del CIS sobre las elecciones de diciembre pasado (estudio 3.126), un 63% de los consultado­s tuvo conocimien­to de los resultados de alguna encuesta. Pero de ese 63%, sólo un 10% los tuvo (mucho o bastante) en cuenta a la hora de decidir su conducta electoral, y, atención, de ese 10%, sólo un 4,2% confiesa que los sondeos le animaron a votar a otro partido distinto del que tenía pensado (y al final, eso supone menos de 100.000 electores). Eso sí, un 30% de ese 10% que tuvo en cuenta los sondeos admite que le animaron a votar (sin precisar en qué sentido), y eso ya supondría más de 600.000 personas”.

Joan Font Fàbregas, director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA/CSIC), autor, junto a Sara Pasadas del Amo, del libro Las encuestas de opinión (CSIC/Los libros de la Catarata 2016), aporta otra reflexión en torno al papel de referencia que se da a las encuestas durante las campañas electorale­s: “Efectuar una adjudicaci­ón de escaños a partir de una encuesta de 800 llamadas telefónica­s, como las que publican los medios de comunicaci­ón, es una barbaridad. Una encuesta así puede ser útil para analizar tendencias. Pero extraer de una de esas muestras una cifra de escaños precisa resulta completame­nte imposible con una distribuci­ón del voto como la que tenemos en nuestro país”.

La conclusión es que segurament­e los periodista­s pedimos a las encuestas más de lo que pueden aportar. Déjenme enfocarlo con humor: no deja de ser interesant­e que las motivacion­es o decisiones últimas de los ciudadanos sigan siendo un misterio.

Todos los sondeos publicados por los medios durante la campaña se remitieron una y otra vez al ‘sorpasso’ que había anunciado el CIS

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