Morir por las ideas
Diez años después de la guerra con Israel, la proiraní Hizbulah sigue siendo la primera fuerza político-militar de Líbano
Quedan las fechas, las emociones se desvanecen. Un rapero de nombre Rayess Bek lanzó en aquel estío del 2006, estrenado con el frenesí de las emisiones televisivas del mundial de fútbol, su estribillo musical
Morir por las ideas, en plena guerra de Hizbulah con Israel . “Las ideas reclaman el famoso sacrificio –cantaba con su ronca voz–. Morir por las ideas está bien, pero ¿por qué ideas?”. Sólo la literatura, el arte, pueden salvar las emociones efímeras.
Hizbulah capturó el 12 de julio del 2006 –los veranos siempre son propicios para las guerras en Oriente Medio– a dos soldados del ejército israelí de patrulla por el territorio disputado de Ayta al Shab, en la frontera con el Estado judío. Seis años antes el Tsahal había evacuado su territorio ocupado del sur –mil kilómetros cuadrados–, pero seguía ocupando el controvertido enclave de las granjas de Shabaa, que el Partido de Dios seguía reivindicando y cuya liberación le servía de pretexto para mantener las armas de la resistencia.
La guerra se prolongó durante 33 días, hasta que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución número 1.701, que reforzaba y ampliaba el mandato del contingente militar de la Finul –en el que, por vez primera, participó España– desplegado a lo largo de la frontera libanesa en 1978. Su misión era el mantenimiento de la paz, y la consolidación del Estado libanés, para lo que establecía el desarme de todos los grupos guerrilleros prebatallas. sentes en la zona. La aviación israelí fue implacable bombardeando no sólo territorios del sur de Líbano sino barrios chiíes de Beirut bajo dominio de Hizbulah. Con la destrucción de 75 puentes aislaron la región del sur de Beirut, con el objetivo de reducir la resistencia de sus combatientes. Desde 1974 Israel y los países árabes ya no combatían entre sí en los campos de batalla. La organización chií proiraní Hizbulah se convirtió en el único grupo paramilitar que seguía plantando cara al ejército judío, suscitando la admiración de poblaciones palestinas y árabes. El jeque Hasan Nasralah, su secretario general, alcanzó una inmensa popularidad, fue el héroe de la resistencia permanente contra el Estado de los judíos.
Los bombardeos en el sur y en los suburbios de Beirut provocaron el éxodo de centenares de miles de personas hacia zonas más seguras –cristianas y suníes– y hacia Siria, que le abrió de par en par su frontera. El bombardeo de Cana en agosto del 2006, que también fue atacada diez años antes, pese a que su objetivo, estaba amparado bajo la bandera azul de las Naciones Unidas, fue uno de sus episodios más espectaculares.
Contaban entonces en los pueblos del sur que los guerrilleros de Hizbulah excavaron túneles, galerías, para guardar sus armas y que desde hacía tiempo se preparaban para el combate. Decían que era como “un ejército de fantasmas” muy bien organizado, capaz de resistir prolongadamente a los israelíes. Sus hombres se desplazaron a las bases de los pueblos fronterizos como Bint Yebeil, una de sus encarnizadas Su culto al martirio exaltaba su lucha. Una motivación religiosa de la que estaban desprovistos los fedayines palestinos, que además no eran de esta tierra, y que combatieron también durante lustros en el sur contra los soldados de Israel.
A pesar de los cerca de 2.000 muertos, entre guerrilleros y civiles –en total hubo 160 víctimas del lado israelí–, de la devastación de barrios de Beirut y de pueblos fronterizos, el jeque Nasralah proclamó la “victoria divina”. Pese a la superioridad militar, a su servicio de inteligencia, Israel no pudo percatarse de la fuerza de la guerrilla en el sur que, sin ninguna ayuda procedente de Beirut, no se doblegó a sus poderosos ataques.
En el famoso informe de la comisión Winograd se puso de relieve la falta de proyecto político israelí, lo que influyó de algún modo sobre el debilitamiento del talante moral del ejército. En cambio, la resistencia al servicio de un fin político permitió a Hizbulah compensar la asimetría militar y la aplastante superioridad tecnológica de un ejército occidental.
Hizbulah fue coronado como glorioso héroe de la resistencia en los países árabes, empezando por la vecina Siria. Los dirigentes israelíes fracasaron al no conseguir arrancarlo de cuajo de la república libanesa, donde sigue siendo su primera fuerza político-militar, y contando con el amparo de Irán.
La pulsión de la guerra es profundamente humana. En pocos días, en horas contadas, este país vulnerable y a la vez rebosante de energía quedó aislado del mundo, atrapado en un torbellino sangriento y destructor. Beirut nunca contó con refugios preparados ni sirenas que pudiesen advertir a sus habitantes de los ataques aéreos israelíes.
Los 33 días de guerra acabaron con 2.000 muertos, entre civiles y guerrilleros, en Líbano y 160 del lado israelí