Coloso Berkoff
No me gustaría estar en la piel de la amable traductora que acompaña a este coloso de la escena. Está enfadado. O quizás decir eso sea simplificarlo. Sus ojos, su estatismo en la silla, cercano al derrumbe, trasmiten una rara mezcla de urgencia y hartazgo. O estupefacción y cansancio planetario. Matices aparte, salta a la vista que Steven Berkoff no está para idioteces. Ni contemplaciones. Desde que ha entrado en la sala para hablarnos del espectáculo que presenta en el Festival de Almagro, Shakespeare’s villains, en su rostro brilla la ausencia radical de cualquier asomo de sonrisa. Para empezar, al actor, director y dramaturgo no le gusta el planteamiento del coloquio. Cruza unos murmullos sospechosos con la intérprete, que muestra un cierto apuro contenido al traducirnos que Berkoff querría que alguien que sepa algo haga una introducción. Alguien que sepa algo. Silencio pétreo.
Un espectador se atreve a romperlo. Dice que vio el espectáculo en 1998, y pregunta si ha variado sustancialmente. No, zanja el actor a secas. No, traduce la traductora por si alguien no lo ha entendido. Silencio glacial. “Pointless question”, añade el coloso. Pero la intérprete parece sentir lástima por nosotros, y en vez de lanzar la verdadera traducción –pregunta inútil– improvisa una salida suave. Sólo que se hace un lío y traduce su invento al inglés. “Next question”, dice. Otro espectador se aventura a abrir la boca. ¿Por qué los villanos? El actor pone los ojos en blanco, pero vemos que desarrolla una respuesta más amplia. Aunque no más amable. La traductora toma notas con las cejas arqueadas. Me pregunto en qué idioma nos va a traducir ahora el asunto. Si se va a acordar de que ella es la encargada del castellano o va a volver a versionar el inglés en inglés. Pero esta vez traduce sin tapujos. El actor ha dicho que esa es otra pregunta sin sentido, un simple cotilleo, como preguntar si prefieres azúcar blanco o moreno. Estamos asustados. ¿Podría orientarnos sobre qué clase de preguntas le gustaría que hiciéramos?, decimos. Al fin, Berkoff parece casi sonreír.
También la traductora está más aliviada al traducir que el dramaturgo quiere que preguntemos sobre algo que nos conmueva o nos interese profundamente. No era tan difícil. Y así la charla va efectivamente adentrándose en lugares más profundos. Más complejos. Como los parlamentos de Hamlet, el filósofo que lucha con sus palabras. Como esos fabulosos discursos de tantos personajes de Shakespeare que, al escucharlos, casi somos capaces de responder, mejorándonos a nosotros mismos. Complejidad sería la clave, el antídoto para el enfado de este coloso de la escena, contra la simplicidad letal que ve a su alrededor, en un mundo, dice, que cuanto más avanza en tecnología, más rebaja el nivel de conciencia.
Complejidad sería la clave, el antídoto para el enfado de este coloso de la escena