La Vanguardia (1ª edición)

La consagraci­ón de Hizbulah

La última guerra contra Israel consolidó, hace diez años, la prepondera­ncia de la milicia chií en el Líbano

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

Quedan las fechas, las emociones se desvanecen. Un rapero de nombre Rays Beck lanzó en aquel estío del 2006, estrenado con el frenesí de las emisiones televisiva­s del Mundial de fútbol, su estribillo musical Morir por las ideas, ya en plena guerra del Hizbulah con Israel. “Las ideas reclaman el famoso sacrificio –cantaba con su ronca voz–, morir por las ideas está bien, pero ¿por qué ideas?”. Sólo la literatura, el arte, pueden salvar las emociones efímeras.

Hizbulah capturó el 12 de julio del 2006 –los veranos siempre son propicios a las guerras en Oriente Medio– a dos soldados del ejército israelí de patrulla por el territorio disputado de Aint el Chab, en la frontera entre el Líbano y el Estado judío. Seis años antes el Tsahal había evacuado el territorio que había ocupado en el sur (1.000 kilómetros cuadrados), pero seguía ocupando el controvert­ido enclave de las granjas de Chaba, que el partido de Dios seguía reivindica­ndo y cuya liberación le servía de pretexto para mantener las armas de la Resistenci­a. La guerra se prolongó treinta y tres días, hasta el 14 de agosto, cuando el Consejo de seguridad de la ONU aprobó la resolución 1701 que reforzaba y ampliaba el mandato del contingent­e militar de la Finul, en el que por vez primera participó España, desplegado a lo largo de la frontera libanesa en 1978. Su misión era el mantenimie­nto de la paz, y la consolidac­ión del Estado libanés, para lo que establecía el desarme de todos los grupos guerriller­os presentes en la zona.

La aviación israelí fue implacable bombardean­do no sólo territorio­s del sur del Líbano sino badesplaza­ron rrios chiíes de Beirut bajo dominio de Hizbulah. Con la destrucció­n de setenta y cinco puentes aislaron la región del sur de Beirut con el objetivo de reducir la resistenci­a de sus combatient­es. Desde 1974, Israel y los países árabes ya no se combatían en los campos de batalla. La organizaci­ón chií proiraní Hizbulah se convirtió en el único grupo paramilita­r que seguía plantando cara al ejército judío, lo que suscitaba la admiración de poblacione­s palestinas y árabes. El jeque Nasralah, su secretario general, alcanzó una inmensa popularida­d, fue el héroe de la resistenci­a permanente contra el Estado de los judíos.

Los bombardeos en el sur y en los suburbios de Beirut provocaron el éxodo de centenares de miles de personas hacia zonas mas seguras, cristianas y suníes, en dirección a Siria, que les abrió de par en par su frontera. El bombardeo de Caná en agosto del 2006, que ya había sido atacada diez años antes, pese a que estaba amparada bajo la bandera azul de las Naciones Unidas, fue uno de sus episodios mas espectacul­ares.

Contaban entonces en los pueblos del sur que los guerriller­os de Hizbulah excavaron túneles, galerías, para guardar sus armas, y que desde hacía tiempo se preparaban para el combate. Decían que era como “un ejército de fantasmas” muy bien organizado, capaz de resistir prolongada­mente a los israelíes. Sus hombres se a las bases de los pueblos fronterizo­s como Bint Jbeil, una de sus encarnizad­as batallas. Su culto al martirio exaltaba su lucha. Una motivación religiosa de la que estaban desprovist­os los fedayines palestinos, que además no eran de esta tierra y que combatiero­n también durante lustros en el sur, con los soldados de Israel.

A pesar de los cerca de 2.000 muertos, entre guerriller­os y civiles –en total hubo 160 víctimas del lado israelí–, de la devastació­n de barrios de Beirut y de

Desde 1974, Israel y los países árabes ya no se combatían en los campos de batalla, sólo Hizbulah siguió A pesar de los muertos –cerca de 2.000– y de la devastació­n, Hizbulah sobrevivió a la fuerza de Israel

pueblos fronterizo­s, el jeque Nasralah proclamó la “victoria divina”. Pese a la superiorid­ad militar y a su servicio de inteligenc­ia, Israel no pudo percatarse de la fuerza de la guerrilla en el sur, que, sin ninguna ayuda procedente de Beirut, no se doblegó a sus poderosos ataques.

En el famoso informe de la comisión Winograd se puso de relieve la falta de proyecto político israelí, que influyó de algún modo sobre el debilitami­ento del talante moral del ejército. En cambio la resistenci­a al servicio de un fin político, permitió a Hizbulah compensar la asimetría militar y la aplastante superiorid­ad tecnológic­a de un ejército occidental.

Hizbulah fue coronado como glorioso héroe de la resistenci­a en los países árabes, empezando por la vecina Siria. Los dirigentes israelíes fracasaron al no conseguir arrancarle de cuajo de la república libanesa, donde sigue siendo su primera fuerza político-militar, bajo el amparo del Irán.

La pulsión de la guerra es profundame­nte humana. En pocos días, en horas contadas, este país vulnerable y, a la vez, rebosante de energía, quedó aislado del mundo, atrapado en un torbellino sangriento y destructor. Beirut nunca contó con refugios preparados ni sirenas que pudiesen advertir a sus habitantes de los ataques aéreos israelíes.

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LEFTERIS PITARAKIS / AP Una mujer pasa junto a los escombros causados por un bombardeo israelí en el sur de Beirut en agosto del 2006

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