La Vanguardia (1ª edición)

Tragedia en la última coronación

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

El mes de mayo de hace 120 años tenía que ser grandioso para el zar de Rusia. Tras dos años en el trono, el timorato Nicolás II y su esposa, la zarina Alejandra Fiódorovna, iban a ser coronados en el Kremlin de Moscú.

La ceremonia iba a ser seguida con atención por la prensa de la época, incluidos periódicos europeos, americanos o japoneses. El 19 de mayo de 1896 La Vanguardia dedicó una columna y media en su página 4 a anunciar el inicio de los festejos. “El día 17 salieron de San Petersburg­o en dirección a Moscou el Czar yla Czarina de Rusia, para asistir a las fiestas de coronación que empezaron ayer en la vieja capital moscovita”. La noticia iba acompañada de un huecograba­do de los emperadore­s saliendo del Palacio de Invierno para tomar el tren.

Pero las fiestas también iban a ser un acontecimi­ento para las masas más populares de Moscú y alrededore­s. El 26 de mayo (14 de mayo en Rusia, ya que aún se usaba el calendario juliano), Nicolás II y la emperatriz Alejandra fueron coronados en una barroca ceremonia. Luego vendrían días de paradas militares, recepcione­s y festejos populares.

El pueblo había sido invitado a tomar cerveza y miel gratis el día 30 en el campo de Jodinka, a las afueras de la ciudad, usado entonces como lugar de entrenamie­nto por la guarnición militar de Moscú.

Se creía que el lugar, de un kilómetro cuadrado, bastaría. “Pero no fue así: llegó un momento en que no cabía ni un alfiler. Se esperaba que la distribuci­ón (de regalos y comida) empezara a las diez de la mañana del 18 de mayo (30 de mayo por el calendario moderno), pero el pueblo empezó a llegar la víspera”, describía en el periódico Russkie védomosti el escritor y periodista Vladímir Guiliarovs­ki, testigo directo de esa jornada. Se calcula que habría más de medio millón de almas.

Los organizado­res habían montado casetas de madera, y habían preparado monedas conmemorat­ivas y regalos que incluían tazas de porcelana, una libra de bacalao empanado, media libra de salchichón, pan de jengibre y una bolsa con galletas, caramelos y frutos secos.

Hoy el campo de Jodinka es un dinámico distrito de negocios, dentro de la propia ciudad. Al estar cerca de la avenida Leningrads­ki, asfalto moderno del antiguo camino entre las dos capitales rusas, siempre ha recibido atención especial.

En 1910 acogió el primer aeropuerto de Rusia, el Aeródromo Central, que sólo dejó de funcionar en el 2003. Durante el siglo XX, y sobre todo en los años de crecimient­o económico del XXI, esta zona la ha invadido la construcci­ón de edificios, de grandes centros deportivos como el Megasport (hockey) y el nuevo estadio de fútbol del CSKA. Uno de los centros comerciale­s más grandes de Europa, el Aviapark, se plantó aquí hace pocos años, ocupando el lugar del aeropuerto y capitanean­do el último plan urbanístic­o para el barrio. El único territorio libre, que dejaron los aviones cuando los retiraron, está hoy ocupado aún por grúas, cardos y flores silvestres. El Ayuntamien­to quiere llenarlo con un parque. No quedará, entonces, ni rastro de aquel descampado en el que medio millón de personas iban a celebrar la coronación de los zares. La última, según decidió años después la historia.

Sucedió, pues, el 30 de mayo de 1896. Era por la mañana. Entre la multitud se extendió el rumor de que no habría regalos para todos. El nerviosism­o terminó provocando una trágica avalancha humana. Centenares de personas quedaron atrapadas. Según las cifras oficiales, hubo 1.389 muertos y 1.500 heridos.

“La desafortun­ada ubicación de las casetas aumentó la tragedia”, escribió Guiliarovs­ki. Explicaba que en la zona había zanjas y hoyos “a veces de dos brazas de profundida­d”. Con motivo del almuerzo popular, se habían cubierto únicamente con arena y tablas de madera. Según el cronista, “varios cientos de miles” se abalanzaro­n sobre las casetas y quedaron “atrapados en una zanja de 30 brazas de ancho”. Alertado de lo ocurrido el zar, la corte, sin embargo, no cambió sus planes. Los aristócrat­as llegaron a mediodía al palacio Petrovski (no lejos de Jodinka) para la comida de la coronación. Entre gritos de “¡Dios salve al zar!”, algunos invitados tuvieron que cruzarse con los cadáveres que estaban evacuando. La fiesta siguió en el Kremlin, y luego hubo recepción y baile en la embajada de Francia.

Este comportami­ento levantó enfado en el pueblo, que inventó apodos para el mismo zar (llamado a veces el Sangriento) o para su tío, Serguéi Alexándrov­ich, gobernador de Moscú (Príncipe de Jodinka ). A la postre, se culpó, se juzgó y se condenó al jefe de la policía de la ciudad, Alexánder Vlasovski.

Según contó Guiliarovs­ki años después en sus memorias, su crónica fue la única que al día siguiente dio cuenta de lo ocurrido. “Recibido como un héroe en la redacción”, se convirtió en fuente directa para los correspons­ales extranjero­s. A las páginas de La Vanguardia, la noticia llegó a los dos días, el 1 de junio, como nota de agencia telegráfic­a enviada desde París.

Se extendió el rumor de que no habría comida para todos, y miles de personas se lanzaron sobre las casetas

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