La Vanguardia (1ª edición)

Dejarse llevar

- Susana Quadrado

El pasado día 7 moría Gustavo Bueno con 91 años. De la noticia informaron todos ampliament­e: los diarios, las television­es, las radios. Se habló de su vida, de su obra, de sus amistades y de sus muchas enemistade­s. Pero nadie supo explicar por qué el filósofo fallecía apenas 48 horas después que su mujer, también nonagenari­a.

Decidí pasearme por Google intentando encontrar una respuesta. Quería darle un sentido racional a la proximidad de esas dos muertes. Los Bueno eran uno de esos matrimonio­s longevos. Llevaban toda una vida juntos, casi una eternidad. Pensé entonces en el agapornis. Es una especie de ave que vive y muere en pareja. Si en el mundo animal ocurren esas cosas, me dije, por qué no entre los humanos. El rastreo frente al ordenador me llevó un buen rato hasta que di con más casos de parejas de ancianos que murieron casi a la vez. Robert y Louise Bain. Floyd y Violet Hartwig. Helen y Les Brown. El último: Henry y Jannette de Lange, 63 años casados. No podían ser casos aislados. ¿Y si fuera verdad que se puede morir de amor? ¿Y si fuera cierto que hay amores que matan?

No lo ha creído posible la ciencia, poco dada a la metáfora y menos al sentimenta­lismo. Allá por el 2009 The American Journal of Cardiology describió el “síndrome del corazón roto”: una insuficien­cia cardiaca provocada por una situación de enorme estrés. La cardiopatí­a de Takotsubo, así se la conoce, comparte con el infarto los síntomas –dolor torácico, falta de aire y quizá pérdida de conocimien­to–, aunque no el fatal desenlace. La fuerza de bombeo se reduce y el músculo cardiaco sufre, sí, pero es algo transitori­o y reversible. Es decir, hay vuelta atrás.

Si no se puede morir de amor y los médicos llevan razón, entonces me pregunto por qué el amor a veces duele tanto que uno parece enfermar. Hay quien siente esas punzadas como si fueran reales. Aquí mismo, sobre el pecho, doctor. No parece algo tan disparatad­o. ¿Acaso el mejor de los amores, el más sublime, no desbarata la circulació­n, altera el pulso y pone el estómago al revés? El amor platónico, el amor cómplice, el amor fraternal, el amor fou, el amor maduro, el amor del último tren. Todos son diferentes. Y se viven con emociones distintas, algunas tan intensas que nos hacen sentir vivos aunque sea a través del dolor.

“Dice el médico que la primera noche se descansa. Lo malo viene después. Ayer, claro, y hoy es terrible”, escribió Jean Cocteau en La voz humana. Allí el dramaturgo nos hablaba de la pérdida, del abandono, de la desesperac­ión. Lo malo viene después. La intemperie. El corazón se debilita. Primero se ahueca. Luego se agujerea. Hasta que se rompe. El joven lucha, su corazón tiene mucho que latir todavía. El viejo... El viejo ya no teme a la muerte y, sencillame­nte, se deja llevar.

Gustavo Bueno, Henry de Lange, Helen Brown, Robert Bain y tantos otros. Quizás fue eso lo que les ocurrió. Que se dejaron llevar.

Nadie ha sabido explicar por qué Gustavo Bueno falleció apenas 48 horas después que su mujer; ¿se puede morir de amor?

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