La Vanguardia (1ª edición)

Desconecta­rse del ‘pulsi’

- Eduardo Magallón

En Zaragoza la madre de un niño prematuro me contó que su marido se bajó de internet las miles de páginas del manual de la incubadora de la UCI del hospital Miguel Servet para interpreta­r lo que significab­an los números, gráficos y sonidos de la pantalla. Cuando un niño está conectado a una máquina para respirar, a otras dos que le miden el pulso y el nivel de oxígeno en sangre y a media docena larga de bombas que, a través de unas sondas, le hacen llegar medicament­os y alimentos es imposible no quedarse embobado mirando la informació­n en las pantallas. El primer día en una UCI pediátrica todo el mundo tiende a pensar que, cuanto más estridente es el sonido y más rojo el color de la alarma, más grave es lo que pasa. No siempre es así. Es el principal problema de los padres con niños en la UCI. Acaban fiándose más de lo que les muestran las máquinas –aunque apenas sepan interpreta­rlas– que de lo que les dice el niño con la respiració­n o con su aspecto. En el hospital Vall d’Hebron una enfermera de neonatos me dijo que su anterior jefe le hacía apagar los monitores cuando los padres estaban con los pequeños. “Creamos padres tontos. Deben mirar a sus hijos. No a las máquinas”. Le hicimos caso, pero cuando tuve un momento busqué en Amazon si podía comprar un medidor de oxígeno en China, un pulsi .Nolo hice. A Biel le retiraron poco a poco todas las máquinas. También yo me desenganch­é de ellas. La casi casa de Vall d’Hebron fue una muy buena escuela: permite vivir 24 horas dentro del hospital pero como si estuvieras en tu propia casa. Así los madres y padres cursan un máster acelerado de cómo entender a sus bebés.

El siempre difícil equilibrio es conseguir que las necesarias e imprescind­ibles máquinas que ayudan al niño o que le monitoriza­n no acaben anulando o colapsando a los padres.

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