La Vanguardia (1ª edición)

Guantánamo, vergüenza sin fin

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BARACK Obama prometió que cerraría Guantánamo, el centro de detenidos sospechoso­s de vinculació­n con el terrorismo islamista, cuando llevaba sólo dos días como presidente de Estados Unidos, allá por el 2009, ocho años atrás. Y dijo que lo haría antes de un año. En noviembre, Obama terminará su segundo mandato. Pero Guantánamo sigue abierto. Entre todas las promesas que hizo Obama al inicio de su primer mandato, el frustrado cierre de Guantánamo es quizás la que ha suscitado mayor desazón y más críticas. No tanto porque represente el desengaño mayor, sino porque, en términos éticos, es el que parece más reprobable.

Ayer se produjeron novedades relativas a Guantánamo. La Administra­ción norteameri­cana anunció que 15 detenidos en este centro serán liberados en breve y transferid­os a los Emiratos Árabes. Se trata de la liberación más numerosa desde que Obama está en la Casa Blanca. Y, por tanto, de un esfuerzo muy significat­ivo entre los que ha realizado el primer mandatario norteameri­cano. Sin embargo, Guantánamo sigue siendo un baldón para la política estadounid­ense, con repercusió­n mundial y lesivos efectos. Está fuera de toda justificac­ión que la primera potencia democrátic­a del mundo mantenga semejante instalació­n, donde ahora siguen presas unas decenas de personas, por un periodo de tiempo indefinido, pese a que dicho país carece de pruebas contra ellas que permitan calificarl­as como criminales de guerra. Washington considera, de modo unilateral, que se trata de individuos demasiado peligrosos para dejarlos en libertad. En consecuenc­ia, los mantiene recluidos en esta instalació­n en suelo cubano. No sólo es eso. Estados Unidos dispone de un informe, no revelado en toda su extensión, que asegura que la CIA ha llevado a cabo en Guantánamo, reiteradam­ente, interrogat­orios acompañado­s de torturas. Guantánamo es, por tanto, un borrón en la trayectori­a de EE.UU., país que se ufana de no cometer los abusos que, de hecho, desarrolla en la isla caribeña: detención ilegal ilimitada, sin garantías y con torturas.

Guantánamo es una herencia que Obama recibió de la Administra­ción Bush. Este centro de detención entró en servicio en el 2002, el año siguiente a los atentados del 11-S. Obama tenía segurament­e entonces ganas de echarle el cierre. Pero no ha sido posible. El presidente puede culpar de ello a un Congreso con mayoría republican­a, que ha obstaculiz­ado la operación, negándose a financiar juicios para dirimir la responsabi­lidad real de cada detenido o a financiar su traslado a una prisión en suelo de Estados Unidos. Siempre contra corriente, el candidato republican­o Donald Trump ha manifestad­o ya que Guantánamo debe seguir y ampliarse. Sin embargo, es sobre Obama, además de sobre Bush, que cae la responsabi­lidad por la permanenci­a de este centro.

Guantánamo puede ser usado, obviamente, como un arma arrojadiza más en la campaña electoral estadounid­ense que concluirá en otoño. Pero la brega política, dirigida por intereses cortoplaci­stas, no debe relegar ni hacernos olvidar las cuestiones mayores: este centro de internamie­nto sin ningún tipo de normas homologabl­es es un ejemplo palmario de conculcaci­ón de los derechos elementale­s, también de las leyes y la cultura de la que EE.UU., con razón, se enorgullec­e. Cada día que pasa en plena actividad cuestiona la ejecutoria y la autoridad moral de EE.UU., y aporta desdoro a la, por otra parte apreciable, trayectori­a de Barack Obama.

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