La Vanguardia (1ª edición)

Sobre héroes y tumbas

- Antoni Puigverd

Qué curiosa es la personalid­ad de Pedro Sánchez! Presenta un contraste fascinante entre limitacion­es políticas y resistenci­a vital. Habitualme­nte, Sánchez parece un actor en manos del guionista. No sabe dar alas a ninguno de los temas que enfoca. Las ideas que defiende parecen, en su boca, catecismos sin alma, ideología de parvulario, teatro de texto descontext­ualizado. Incapaz de aportar consistenc­ia, se aferra a la repetición; incapaz de hablar con soltura, regresa una y otra vez al guión; impotente para mostrar una visión convincent­e de España, dispara eslóganes como haría en Twitter cualquier agitador.

Todas estas limitacion­es quedan reforzadas por su aspecto de galán de cine. Nadie en la política entorna los ojos como Sánchez; y sus ayudantes lo saben. Le eligen unas corbatas que sintetizan elegancia y sobriedad, y le enfundan en americanas en las que clasicismo y modernidad se confunden. Sin embargo, por comparació­n con sus rivales, este porte hollywoodi­ense le perjudica. Mientras Mariano Rajoy lleve los trajes con tan poca gracia y camine en calzón corto por senderos gallegos

Un contraste fascinante entre limitacion­es políticas y resistenci­a vital

con un estilo tartarines­co que incite a la compasión, la imagen impecable de Sánchez sólo puede reforzar aquel tópico denigrator­io que antes se aplicaba a las mujeres guapas: mucha planta y poca uva. Comparado con Pablo Iglesias, quien, con coleta, vaqueros y camisas baratas, desprecia las convencion­es burguesas, Sánchez queda fatalmente asociado a dichas convencion­es, lo que le aleja de todos los sectores humillados, ofendidos o irritados (que forman parte sustancial de su clientela). Sólo junto a Albert Rivera, que no se quita las americanas ceñidas ni para dormir, Sánchez empata en fijación ornamental.

Limitado de recursos, castigado por el perfeccion­ismo de la imagen, Sánchez, perdidas nuevamente las elecciones, parecía destinado a ser un obstáculo menor para todos los que reclaman que el PSOE deje gobernar al PP; y para sus rivales de partido, que son legión. Pero el hecho es que, a la hora de la verdad, Sánchez el bello es más resistente que el feísta Iglesias, más decidido que el joven Rivera y tan terco o más que Rajoy, el maestro de la inmovilida­d.

La resistenci­a de Sánchez es numantina. No cede a las presiones de las élites económicas, aguanta las tremendas portadas de la prensa de Madrid, soporta estoicamen­te la intromisió­n de los viejos ídolos socialista­s, se atrinchera contra sus enemigos internos y todavía le sobran fuerzas para irse de excursión a Val d’Aran. Coraje no le falta a nuestro actor devaluado por las elecciones. Todo el mundo está seguro de que cederá. Pero el hecho es que un nuevo gobierno de Rajoy sería para Sánchez una tumba. No puede extrañar que pretenda alargar la batalla hasta el último momento, en espera de un golpe de suerte final. También el condenado a muerte desea que la condena se aplace: espera el milagro del indulto.

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