De Nueva York a las Gavarres
Sentado en la plaza de Monells (Baix Empordà), tomando un café en una mañana soleada, Oriol Armet transmite la pasión que siente por las Gavarres, un espacio de interés natural con múltiples valores culturales y botánicos, entre los que destacan sus alcornocales. Armet, gerente de este consorcio (18 municipios, la Generalitat y la Diputación gerundense), es el perfecto embajador de estos bosques ocultos en la trastienda de la Costa Brava, a dos pasos de Sant Feliu de Guíxols, Palamòs o Platja d’Aro y donde es posible alejarse del bullicio y el estrés imaginando una inmersión en las raíces medievales de una sociedad organizada en torno a los masos.
En Romanyà de la Selva (Santa Cristina) hay que visitar el dolmen de la Cova d’en Daina, un sepulcro en forma de galería cubierta hecha con losas de granito, y también hay que seguir los últimos pasos de Mercè Rodoreda, mientras que en Cassà de la Selva el viaje a la Catalunya del siglo XVIII continúa con un recorrido por Can Vilallonga y sus 5 acueductos.
Con un presupuesto reducido, Armet busca que este enclave obtenga la declaración de zona de interés etnológico. Y parte del reconocimiento ha llegado desde la Cork Forest Conservation Alliance, una fundación de EE.UU. dedicada a poner en valor el corcho y sus territorios en todo el mundo. Su programa From Bark to Bottle (de la corteza a la botella, en inglés) canaliza la visita de turistas interesados en el proceso de obtención y transformación del corcho. Empujados por una doble página en The New York Times, los primeros grupos acaban de visitar el mas Plaja de Forallac. Y han comprobado que para fabricar tapones de vino no se talan árboles. Algunos habían renunciado a las botellas de vino pensando que así protegían los bosques. Pero las Gavarres demuestran que el corcho es un recurso duradero, bien gestionado, la mejor alianza entre el vino y los bosques.