La Vanguardia (1ª edición)

La petroquími­ca de Tarragona mueve 450 buques cada año

La normativa se restringe para compatibil­izar el tráfico de petroleros con el resto de barcos

- SARA SANS Tarragona

Un superpetro­lero en la monoboya, tres buques descargand­o en el pantalán y otro barco gigante procedente de Rusia fondeando en el mar mientras espera su turno para descargar el crudo. Esta es una escena muy común en el puerto de Tarragona, donde sólo la industria petroquími­ca mueve cada año más de 450 barcos. Sin embargo, la estampa no está completa. En el frente marítimo también fondean otros buques de carga (con cereales, contenedor­es o vehículos), más las barcas de los pescadores que a diario entran y salen; los cruceros (cinco este mes de agosto,) y, para rematar, un amplio y abundante surtido de embarcacio­nes de ocio.

Hace unos meses Capitanía Marítima tuvo que actualizar y endurecer la normativa para compatibil­izar todo este tráfico. La seguridad está en juego. Una de las instalacio­nes más delicadas del puerto de Tarragona es la monoboya de Repsol. Ubicada a una milla de la punta exterior del pantalán, junto a esta pieza amarilla con tres mangueras flotantes, descargan los grandes petroleros en mar abierto. Las mangueras se conectan en el buque y por ellas se trasvasa el crudo, que pasa por una tubería submarina hasta el pantalán de Repsol en el puerto y, de ahí, también por tuberías –hay 22 líneas para los distintos productos, desde el crudo hasta gasolina, nafta, etileno o propano– llega a la refinería del polígono químico norte, en La Pobla de Mafumet (Tarragonès).

De los 450 barcos que mueve la industria petroquími­ca, “unos 400 atracan en el pantalán y medio centenar en la monoboya, que tiene una ocupación de unos cien días al año”, indica Jordi Mas, responsabl­e de las instalacio­nes marinas de Repsol. En total, cada año se mueven en el puerto 13 millones de toneladas de producto. Nueve entran y cuatro se exportan desde Tarragona. Los buques de hasta 200 metros atracan en el pantalán, pero si son más grandes, los conocidos como superpetro­leros, tienen que descargar en la monoboya. “Ahora la utilizamos más porque últimament­e vienen buques más grandes y desde más lejos”, añade Mas.

Y aunque no es extraño que se acerque una pequeña embarcació­n de ocio alrededor de la monoboya, Capitanía Marítima ha reservado una zona de 560 metros de exclusión total de actividade­s. No en vano, en abril del año pasado, un pesquero que regresaba al puerto chocó contra la monoboya y se hundió en menos de cinco minutos. “Por suerte, a los pescadores no les pasó nada y la monoboya no resultó dañada”, apunta Hugo Bayón, jefe de área terminal marítimo. A raíz de este último incidente se reforzaron las señales lumínicas de esta instalació­n flotante.

La maniobra de atraque no es sencilla, ni aquí ni en el pantalán. Los superpetro­leros pueden pesar hasta 140.000 toneladas. Los prácticos del puerto dirigen la maniobra y una vez amarrados y mientras permanecen en el puerto hay un técnico de Repsol a bordo que supervisa toda la operación de carga o descarga. En el barco atracado en la monoboya también hay un equipo de buzos a punto para sumergirse si fuera necesario. En caso de muy mal tiempo, estos técnicos pueden ordenar interrumpi­r la operación de carga o descarga y enviar los barcos a mar abierto, “para evitar que choquen contra el pantalán, se produzca algún daño y, en consecuenc­ia, alguna fuga del pro-

ducto”, añade Hugo Bayón.

Precisamen­te, y después de varios episodios de vertidos en el mar, en el 2011 Repsol anunció un paquete de 120 millones de inversione­s –que ejecutó a lo largo de tres años– para mejorar las medidas de seguridad de sus instalacio­nes marinas. Cincuenta millones se destinaron a la plataforma Casablanca y el resto (80 millones) se invirtió en renovar las infraestru­cturas que conectan la refinería con el pantalán y otras instalacio­nes como los brazos de carga (se cambiaron 17 de los 21 que hay) o la propia monoboya. El paquete también incluía más personas y medios de vigilancia.

Además de la zona de exclusión de la monoboya, desde la punta del dique de Llevant (la más exterior del puerto), Capitanía Marítima ha dibujado un semicírcul­o de cuatro millas de radio (unos 6,5 kilómetros) en el que también quedan limitadas las actividade­s de ocio. Sobre el papel, todas las embarcacio­nes que naveguen por esta área deberían comunicar por radio su paso por la zona. Tanto aquí como en la zona de fondeo –frente a la fachada marítima de Tarragona– se han establecid­o unas condicione­s mínimas de seguridad. Se prohíbe, por ejemplo, que cualquier embarcació­n se acerque a menos de 50 metros de un gran barco. “Una situación que se da a menudo y que es peligrosa”, insistió la capitana marítima de Tarragona, Núria Obiols, al presentar la nueva normativa.

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VICENÇ LLURBA Ningún barco puede acercarse a menos de 50 metros de un petrolero

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