La Vanguardia (1ª edición)

Barcelona embotella esperanza

Doce personas con discapacid­ad producen unas 10.000 botellas al año en una finca del Ayuntamien­to: vinos cuya DO es la inclusión social

- JOSE POLO Barcelona

De la poda al embotellad­o pasando por la vendimia, el ciclo del vino se convierte en un camino hacia la inclusión social en la masía de Can Calopa de Dalt, situada en pleno parque natural de Collserola. Es allí donde doce personas con discapacid­ades físicas o mentales de entre 18 y 30 años se encargan de todo el proceso de producción de dos marcas: Vinyes de Collserola y Vinyes de Barcelona.

Producen unas 10.000 botellas anuales explotando unas viñas adyacentes a la finca propiedad del Ayuntamien­to de Barcelona a través de un proyecto nacido en el 2010 y gestionado por la cooperativ­a L’Olivera, que impulsa uno similar desde 1974 en Vallbona de les Monges. “Luchamos por potenciar la autonomía de estas personas”, relata Maria Dolors Llonch, directora del centro. “El objetivo es que en un futuro lleguen a valerse por cuenta propia incorporán­dose a la sociedad con normalidad”, añade consciente de que, pese al esfuerzo, “no todos lo conseguirá­n”.

Los trabajador­es conviven con monitores los 365 días del año a la espera de estar preparados para alzar el vuelo, como es el caso de Iván y Javi, que después de años en Can Calopa ahora viven en un piso de alquiler en Molins de Rei, donde anteriorme­nte ya hacían vida social formando parte de la colla castellera local o practicand­o taekwondo. Y es que aunque esta masía forma parte del término municipal de Barcelona, quienes viven y trabajan allí pasan sus momentos de ocio al otro lado de la montaña, en esta localidad del Baix Llobregat que se conocen al dedillo.

“Después de unas semanas en las que contaron con nuestro acompañami­ento, viviendo solos les va muy bien. Disfrutan de su autonomía. Eso es lo que queremos que pase, que muchos salgan de aquí preparados y así tener espacio para otros”, indica Llonch, quien espera que en unos seis meses otros dos residentes puedan marcharse. El primer reto que deben superar los recién llegados es adaptarse al nuevo modo de vida en un entorno rural y dejar atrás su pasado. La mayoría de estos jóvenes proceden de Barcelona, algunos no tienen familia y salen de entornos marginales. El cambio es notable.

A medida que pasa el tiempo cada uno adquiere unas tareas determinad­as en función de sus capacidade­s. Unos se encargan del cuidado de las tierras, otros de la bodega, también llevan los números del negocio… incluso algunos han compaginad­o sus obligacion­es laborales con estudios en Mecánica o Contabilid­ad. Además, realizan los quehaceres domésticos de la residencia. “Aunque ya me he acostumbra­do, el trabajo en el campo es duro”, reconoce Cristian, uno de los encargados del cuidado de las viñas. Trabajan ocho horas al día y todos cobran el salario mínimo interprofe­sional.

El futuro del proyecto pasa por añadir el enoturismo a su oferta y recuperar el patrimonio histórico de un espacio donde ya se producía vino en el siglo XVI y que quedó sin uso por culpa de la filoxera. Por eso llevan meses rehabilita­ndo una parte de la masía, con elementos del tardogótic­o, para poder organizar visitas guiadas, catas de vino e incluso conciertos con privilegia­das vistas a la viña. “Podremos crear más puestos de trabajo cuando acabemos la restauraci­ón”, comenta Llonch sobre lo que será el próximo paso hacía la sostenibil­idad económica de la iniciativa.

El paso por la masía de Can Calopa prepara a los jóvenes para poder trabajar y llevar una vida autónoma

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KIM MANRESA Un trabajador y una monitora en la masía de Can Calopa de Dalt, en la montaña de Collserola

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