Siempre nos quedará el París
Toda gran ciudad que se precie, sea o no patrimonio de la humanidad, dispone para disfrute de sus ciudadanos de un local que garantiza su fama y buen hacer encomendando su nombre a la capital de Francia. Un Café París es algo usual y Lleida no podía ser menos. Fundado hace ya medio siglo por Ramon y Pilar, la Cafetería París ha visto pasar por sus mesas, taburetes y terraza a unas cuantas generaciones, lo mejorcito de cada casa, que sabían que era el rincón ideal para encontrarse, observarse y conocerse.
El París nació cuando los modernos de Lleida bautizaron la avenida dedicada al General Mola como Mola Street, entonces en el límite de la trama urbana que empezaba a expandirse. El bar ha vivido la gran transformación de la ciudad y de las costumbres, pero su terraza sigue inalterable acogiendo clientes que por la mañana apuran su desayuno y por la tarde toman su café; por la noche, es refugio histórico de noctámbulos. Junto a la puerta, una gran ventana con una barra. Es la misma ventana en la que se apoyaba Pilar, la fundadora, una mujer que supo ganar la clientela más avanzada en un momento de cambios. Lo hizo a base de ofrecer buen producto y un diálogo de confianza con el cliente. Los nostálgicos aún hablan de cuando en el juke-box sonaba, rayada, de tanto escucharla, el Maggie May de Rod Stewart, anomalía corregida con un golpe certero hasta que se daba la vuelta al disco y descubríamos las maravillas de las caras B.
Por la ventana y la barra han pasado Carlos y Seni, junto a Sisco, que se encargó de la música cuando jubilaron el tocadiscos de pago y la máquina del millón. Hoy es Pau, la tercera generación de la familia Safont, quien atiende a los incondicionales de un bar que asombra a muchos que vuelven a él y observan intactas las luces de neón y se preguntan cómo ha podido sobrevivir. El París ha sabido adaptarse y seguir siendo un espacio acogedor que se llena en el turno de mañana o las noches de grandes fiestas colectivas y cuando juega el Barça.
El París es un lugar al que se vuelve siempre, por voluntad, obligación o vagabundeo. Porque ya sea dentro o fuera se respira aquel ambiente que Carles M. Sanuy inmortalizó en verso libre. “Amb els amics, a la terrassa del París, miràvem, distrets, passar les noies mentre parlàvem de tot i de res i allargàvem els whiskys”. Cuando vuelves al París es inevitable pensar en clientes que ya no consumen, en amigos perdidos, en noches de libertinaje provinciano. Como también dice Sanuy, se vuelve al París, “a mirar pasar la vida”. Siempre nos quedará (el) París.