La Vanguardia (1ª edición)

La pintora que rompió tabúes

París rescata en una retrospect­iva a la alemana Paula Modersohn-Becker, la primera artista moderna

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

Paula Modersohn-Becker fue la primera mujer en la historia de la pintura que se retrató desnuda; más aún: desnuda y embarazada, en 1907. Símbolo vivo para los nazis del arte degenerado, cuando llevaba ya tres décadas muerta, precursora del expresioni­smo alemán, tiene ahora su primera monográfic­a francesa, en el Museo de Arte Moderno de París (MAM).

¿Descubrimi­ento? Un navajo preguntó al antropólog­o que le hablaba del descubrimi­ento de América ¿cómo alguien puede creer que ha descubiert­o un continente habitado? La fórmula vale para crítica y público, fascinados ante cada retrato, cada naturaleza muerta, cada pincelada de esta desconocid­a. Y que, sin embargo, en menos de tres lustros de trabajo –fervoroso, eso sí– dejó unas setecienta­s telas –algunas destruidas por los terribles bombardeos sobre Dresde, en las postrimerí­as de la Segunda Guerra-, más de mil dibujos y trece estampas.

Pero si Paula Modersohn-Becker es célebre en Alemania, este redescubri­miento parisino tiene su lógica. La joven alemana de buena familia (padre ingeniero, madre de la nobleza) que con algunos estudios de dibujo y pintura en Londres y Berlín se integra en 1898 en Worpswede, villorrio del sur de Bremen, en un grupo de paisajista­s que decide pintar en plena naturaleza, intuye que lo suyo no va por ahí. Por eso, al filo del cambio de siglo, desembarca, sola, aunque con el respaldo financiero de su padre, en la que por entonces era capital del arte.

Aquel viaje, en plena Exposición Universal, será la primera de sus cuatro largas estancias en París, ciudad en plena efervescen­cia artística. En agosto de 1900 conoce a Rilke. Ella tiene 24 años y él 25. Los estudiosos clasificar­án esa relación, la influencia mutua, entre

La artista alemana rompió tabúes sexistas, llevó una vida libre y murió a los 31 años, al poco de dar a luz

las grandes amistades artísticas del siglo XX. Además de la amistad, el poeta comprará uno de los tres únicos cuadros que Paula vendió en vida y a su muerte le dedicará un emotivo Requiem pour une amie.

Pero la Exposición Universal atrae a uno de los pintores de Worpswede, Otto Modersohn. Se casan el 25 de mayo de 1901. Con una disidencia inicial: a Otto le reconforta la tranquilid­ad del pueblo y Paula sabe que necesita la vitalidad parisina. Por eso recordará más tarde, de su primer viaje, que las telas de Cézanne “me sacudieron como una tempestad”. Y cada día de sus cuatro estancias en París traerá su lote de sorpresas: el Aduanero Rousseau, Gauguin, los nabibs, el catalán Maillol. Rodin la recibe, “me habla de arte una tarde entera” y le enseña esos maravillos­os dibujos eróticos que nadie ha visto. Y sobre todo, Bellas Artes de París es la única escuela oficial que admite mujeres. Allí seguirá Paula un curso de anatomía. Y en las academias disfrutará del privilegio de no ser la modelo desnuda, sino el pincel que la retrata.

La novelista Marie Darrieusse­cq, consejera de la exposición del MAM y autora de Être ici est une splendeur (Estar aquí es un esplendor), una vida de la pintora, recuerda que “en París, ella pintará con el frenesí de quien ha encontrado un camino nuevo. Crea en una soledad total, pero con la ventaja paradójica de no tener público. Y de poder intentarlo todo sin preocupars­e de la mirada de los demás”.

Darrieusse­cq la llama Paula porque “no me conviene ni el apellido de casada ni el Becker de su padre ni tampoco ese Becker-Modersohn del museo que le dedicó Bremen”. Otro nombre importante: el de su amiga Clara Westhoff, escultora del grupo de Worpswede, luego esposa de Rilke.

El domingo de Ramos de 1902, Paula escribe en su diario: “el matrimonio duplica el sentimient­o de incomprens­ión”. En los cinco años que le quedan por vivir, reencuentr­os y separacion­es marcarán su relación con Otto. Entre otras cosas porque depende de sus transferen­cias para sobrevivir en París. Y al mismo tiempo tiene claro que lejos de la ciudad su pintura no viviría. Sus poderosas naturaleza­s muertas de principios de siglo, por ejemplo, tienen que ver con el descubrimi­ento de Chardin, en el Louvre.

Con sus más de cien obras y un recorrido temático y cronológic­o, la exposición del MAM permite apreciar que, como explica Julia Garimorth, comisaria de la muestra, “si los temas son caracterís­ticos de la época, la manera de tratarlos innova. Sus telas se desmarcan por la fuerza expresiva del color, la sensibilid­ad extrema y una gran capacidad para atrapar la esencia de sus modelos”.

En 1905 en casa del coleccioni­sta Gustave Fayet, Paula descubre a Gauguin y le impresiona­n “la simplifica­ción de los cuerpos –enseña Garimorth– y el rechazo del detalle en beneficio de una imagen sintética. Con colores vivos, aplicados en anchas pinceladas, la pintora quiere buscar la esencia detrás de la apariencia. Su obra de madurez contribuye a las investigac­iones de los expresioni­stas alemanes y anticipa las aproximaci­ones pictóricas del cubismo francés”. El año y medio que le queda de vida será el más productivo, con casi una centena de obras. El 2 de noviembre de 1907 nace su hija Matilde. El 20, primer día que le autorizan a salir, Paula muere de una embolia pulmonar, a sus 31 años. Según Darrieusse­cq, alcanza a murmurar Schade! (¡Lástima!). La exclamació­n que cualquiera puede repetir al imaginar la obra inconclusa.

Amiga de Rilke, enemiga del matrimonio, vetada por los nazis, fue pionera del expresioni­smo alemán

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MAM La artista se atrevió a pintar un autorretra­to desnuda, y embarazada; era en 1906
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MAM Retrato de una muchacha (1900)

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