La Vanguardia (1ª edición)

“¿No vuelve mamá?”

Thiago da Silva, que fue un menino, destrona a Lavillenie en la pértiga

- SERGIO HEREDIA Enviado especial

En la profundida­d de la noche, dos hombres, dos pértigas y un listón.

Son saltadores, se juegan el título olímpico. A priori, parece una lucha desigual. Uno de ellos, Renaud Lavillenie (29), francés, tiene el récord del mundo. Es el campeón olímpico vigente. Y esta noche, la del lunes, ha superado la barrera del 5,98. Su segundo oro consecutiv­o evocaría los tiempos de Bob Richards, último en lograrlo. Era 1956. Los saltadores apenas rondaban los cuatro metros y medio.

–Las pértigas eran duras como palos. No había quien las doblara. Los saltadores caían sobre un montículo de arena. Una colchoneta era un lujo –recuerda Lobito Ruiz. El mejor pertiguist­a español de los años ochenta.

El otro que sigue en liza, el brasileño Thiago Braz da Silva (22), no tiene nada. Ningún título de primera magnitud. Ni siquiera tiene una madre.

–¿Cuándo regresa mamá? –dicen sus abuelos que decía Da Silva.

Tenía siete años. Se plantaba a la puerta de casa, en Marília, una triste favela de Sao Paulo, y esperaba a mamá. La mujer le había abandonado. El niño vivía con sus abuelos.

Mamá nunca llegó.

Su madre fueron sus abuelos. Y ahora, el público del Estadio Olímpico, el del Botafogo.

Cómo vocea esta gente. Tanto, que la megafonía les pide respeto.

–Traten igual a todos los atletas, sean de la nacionalid­ad que sean –dicen los altavoces.

Esto no es un derbi, sino unos Juegos Olímpicos. No se puede gestionar el listón si te están insultando.

Se ha hecho muy tarde y Lavillenie se ve ganador. En realidad, ambos han superado los 5,98. Pero el concurso del francés ha sido más limpio. Mucho más que el del brasileño.

Para tumbar a Lavillenie, Da Silva debe saltar el listón en 6,03. Lo ha intentado dos veces y no lo ha logrado.

Otro derribo y Renaud Lavillenie habrá reeditado su título del año 2012.

Da Silva se pone de pie y ahora los cariocas guardan silencio. No es un hombre excepciona­lmente fuerte. Un mulato elástico, más técnico que contundent­e. Coge la pértiga, que es de fibra de

PELEA EN LA NOCHE El francés, frustrado, llegó a comparar los Juegos de Río con los de Berlín 1936

carbono, flexible como un chicle, y estudia el intento. No mira a Lavillenie, que se cree ganador. No se deja intimidar. Hace cuatro años, aquel francés era su ídolo. Lavillenie era aquel fenómeno

que había borrado al zar Bubka de las listas de récords. Ahora es su rival. Es de noche y ambos se juegan el oro. La torcida le pide al brasileño que lo haga. Que vuele y tumbe al francés. Esto es muy extraño. Aparte de Fabiana Murer, ¿qué sabemos de la pértiga brasileña?

A las once y 26, Thiago da Silva ataca el pasillo, clava la pértiga y se va hacia arriba. Muy arriba. Supera el 6,03. Nunca se había ido tan arriba. Jamás había tocado, ni siquiera, los seis metros. Lavillenie no se lo cree. Los brasileños sólo berrean. Da Silva salta de alegría.

Y en una esquina, Eugeni Trofimov sonríe para sus adentros. Trofimov es el hombre que formó a Bubka y a Yelena Isinbayeva. Pero ahora estos ya no están. Bubka es vicepresid­ente de la IAAF. E Isinbáyeva no ha ido a Río. Es rusa. El COI la ha vetado. Los rusos cometieron dopaje de Estado y sus atletas lo pagan.

Así que el hombre de Trofimov es Da Silva. Ese muchacho con el que ahora trabaja en Formia, cerca de Roma, un paraíso para los pertiguist­as. Los mejores medios. Un lujo.

Lavillenie está fuera de sí. No felicita al campeón. Suelta un disparate: compara estos Juegos con los de Berlín’36.

Da Silva llama a sus abuelos. Deben saber lo que ha ocurrido.

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MATT DUNHAM / AP En el aire. Thiago da Silva sobrepasa el listón en 6,03 m para superar al francés Lavillenie y apropiarse del oro olímpico. Su sorprenden­te triunfo, ante su público, lo incorpora a la iconografí­a olímpica de los aficionado­s brasileños

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