La Vanguardia (1ª edición)

Orlando Ortega

Cristina Echevarría, atleta en los años sesenta, inspiró a Orlando Ortega

- SERGIO HEREDIA Enviado especial

El atletismo español no subía a un podio olímpico desde Atenas 2004. Tras competir con Cuba en Londres 2012, Orlando Ortega (25), nacionaliz­ado español hace tres años, se hizo ayer con la plata en la final de 110 m vallas.

En la noche, el hombre mira el móvil. Es el padre de Orlando Ortega. Entran los whatsaps, uno tras otro. Un no parar. Orlando Ortega (25) está al otro lado de la sala, sentado en la mesa de los medallista­s. Dos horas antes ha ganado la plata en los 110 m vallas. El primer vallista español en un podio olímpico. Se ha puesto una bandera de España por bandolera y no se la va a quitar. Quiere que todos reconozcan su españolida­d.

–Me siento muy orgulloso de representa­r a este país –repite.

Que nadie dude de su españolida­d. Ni de su madridismo. –Soy del Madrid. Eso también lo dice a cada instante. El padre se llama Orlando Ortega, como el hijo y también como el abuelo. Pero no hagamos de esto un lío. El padre es el padre. El abuelo es el abuelo. Y el que queda es Orlando Ortega.

–Ha sido duro, desde luego –dice el padre, que llegó a Madrid en enero–. Este camino se ha hecho largo.

No dice muchas más cosas porque el móvil le tiene ido.

Orlando Ortega, podemos llamarle Orlandito, tampoco se deja ir demasiado. Ha llorado ante las cámaras de televisión y ahora parece agotado. Los nervios. Quiere salir ya de allí. Que pase el control antidoping. Y luego, a cenar y a perderse en Río. Fiesta. Cuando acabe la noche serán las cuatro y media. Lo dice el whatsap del padre.

Cristina Echevarría fue otro personaje de la familia. La abuela. Ella inspiró a Orlandito. Fue olímpica en México’68. Corría el relevo corto.

–Fue medallista panamerica­na –apunta Orlandito–. Gracias a ella descubrí el atletismo. Dejé los puñetazos y las patadas del taekwondo y el boxeo y me puse a saltar vallas. ¡No más de eso! Quería ser como mi abuela.

El padre, el hombre que mira el móvil, puso el resto. Dirigía una escuela de vallistas en Cuba. Y allí metió al niño. Tenía doce años. Todos vivían en La Habana Vieja. El padre y la madre se separaron. Ella era enfermera y se fue a Miami. Tuvo otros dos hijos. Orlandito siguió a lo suyo y se hizo grande en el atletismo. Era la joya de la velocidad cubana. El heredero de Dayron Robles.

En los Mundiales que se celebraron en Moscú, en el 2013, decidió levantar el vuelo. Los cubanos llevan mal su marcha.

LA FUGA “Sólo me fui; necesitaba un cambio de aires”, dice Ortega acerca de su fuga de Cuba

–¿Que le faltaba en Cuba? –se le pregunta. –Nada. –¿Y entonces? –Necesitaba un cambio de aires, nuevas experienci­as. Parece un diplomátic­o. –¿Cómo se fue? –Lo tenía estudiado. Tenía ahorros, todo lo que necesitaba. Simplement­e me fui.

Aterrizó en Guadalajar­a, y eso tiene todo el sentido del mundo. Por aquella colonia han pasado Lázaro Betancourt, Iván Pedroso o Joan Lino. Luego le llegó una buena oferta. En euros. Se lo llevó el Valencia Ontinyent. Y al final fue a parar al CAR de Madrid. La plata de Río le aportará 48.000 euros extras. No es mala cosa. –Aquí estoy bien, muy bien. Tengo muy buenas condicione­s. Estoy contento y tranquilo. No me pienso mover –dice.

El padre le lleva las cosas. Le entrena en el INEF.

–Hemos estado trabajando muy bien algunos ajustes técnicos. En el invierno, tuvimos algunos problemas en los isquiotibi­ales –dice el hombre.

Él puede entrar y salir de La Habana. Pero Orlandito...

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SRDJAN SUKI / EFE Celebració­n. Orlando Ortega despliega los brazos tras haber alcanzado la plata en la final de los 110 m vallas, en Río. A su derecha aparece el chipriota Trajkovic, que fue séptimo; y a su izquierda, el francés Bascou, bronce

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