La Vanguardia (1ª edición)

Curso de enología

- Antoni Puigverd

Quien desee conocer a fondo las formas actuales de la vida francesa (precursora­s de las nuestras), pero no tenga ganas de leer sociología, puede recurrir a las novelas de Michel Houellebec­q. Gracias a un estilo claro y ligero, de precisión matemática, Houellebec­q podría llevarse al lector al huerto, pero ha elegido conducirlo por los caminos de la realidad francesa actual.

Hay que tener presente que la realidad es cada vez más invisible. Parecería lo contrario. Parecería que estamos saturados de informació­n. Pero el hecho es que los árboles de la actualidad ocultan el bosque de la realidad: nos pasamos el día viendo (escuchando, leyendo) imágenes de actualidad. Sin embargo, es precisamen­te esta ruidosa actualidad la que nos impide proyectar la mirada en perspectiv­a. El periodismo actual fabrica ruido. Fabrica sin parar historias: todo tipo de escándalos, problemas y conflictos, pero también distraccio­nes, amenidades, expectativ­as. Tanto las historias trágicas como las cómicas son kleenex: historias y enredos destinados a ser sustituido­s frenéticam­ente por otras historias y otros

Mientras el ruido y el exceso predominan, la confusión se hace más y más impenetrab­le

líos. La actualidad es insomne, no descansa. Mientras las historias se acumulan, la realidad queda eclipsada; mientras el ruido y el exceso predominan, la confusión de nuestro mundo se va haciendo más y más impenetrab­le.

Con una ligereza que no puede confundirs­e con la superficia­lidad, Houellebec­q silencia el ruido para describir la esencia de la vida francesa actual, dominada por dos obsesiones: el sexo y la comida. Todos los personajes de sus novelas son tipos profesiona­lmente competente­s, pero incapaces de establecer vínculos de compromiso, lealtad o afecto. Tienden a cansarse de las distraccio­nes de moda, aunque intentan interesars­e por todas. Leen sobre todo por razones de trabajo. Son laboriosos, pero apáticos. Son náufragos inteligent­es: después del trabajo, cuando están solos en casa, no saben qué hacer con su vida. No saben adónde van. Desconocen incluso sus deseos: tienen que forzarlos. A veces se detienen a pensar un poco: en su interior no encuentran nada. Para llenar el vacío, copulan sin parar. Para llenar el vacío, comen. La comida –lo sabemos nosotros casi mejor que ellos– es la nueva filosofía. Una comida conduce a una cena; un coito conduce a otros coitos.

Ninguno de sus personajes lo plantea en estos términos, pero “matar el tiempo” es el objetivo principal de los franceses que describe. Diría que también es el nuestro: matar el tiempo. En Sumisión, el protagonis­ta ha tenido que dejar una chica con la que se acuesta e, invitado a cenar por una compañera de trabajo, observa maravillad­o la pasión con que el marido de la anfitriona discursea sobre política. “En la vida, hay que interesars­e por algo”, descubre. “Me preguntaba qué podría interesarm­e, si se confirmaba mi salida de la vida amorosa: podría seguir un curso de enología, quizás; o colecciona­r maquetas de avión”.

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