Maracaná reta a Alemania
“A sua hora vai chegar”, cantó la grada, espoleada por el Brasil que lidera Neymar
En el viejo Maracaná cabía todo Brasil. Ricos y pobres. En el nuevo, ya no. Geraldinos es un documental brasileño que lo explica. Evoca y homenajea los tiempos de la geral, la grada a la que las clases más populares podían acceder por muy pocos reales. Larga casi de extremo a extremo del campo y situada como un foso a la altura de la hierba, la geral tenía mala visibilidad pero había que ir al menos una vez en la vida porque cualquier cosa podía suceder. El desfile de personajes era garantía de espectáculo si se quería apartar la vista del césped: solos, acompañados, disfrazados, marginados, bebidos… otros directamente imposibles de etiquetar. Todos con localidad de pie, se instalaban allí auténticos especialistas del insulto, cubriendo toda la gama, desde el ingenio a la peor chabacanería. Maracaná fue remodelado de forma integral entre los años 2010 y 2013. Pasó a manos privadas en un proceso que provocó manifestaciones por presunta corrupción. Fue, más que un lifting, una metamorfosis que muchos interpretaron como una capitulación. Se consideró un atentado contra las clases humildes. Aficionados de las barriadas de Botafogo y Flamengo se unieron en la protesta. Romário renegó del nuevo estadio.
Maracaná es hoy un estadio moderno e imponente, homologable a los nuevos tiempos. Todo asientos. Cualquier parecido con el anterior es pura coincidencia. Ahora es mucho más cómodo y sus aficionados, mucho más homogéneos. Ayer casi llenaron las gradas, pero no del todo. La razón está en los precios, inaccesibles para muchos brasileños. Basta con dar una vuelta por los alrededores de Maracaná para toparse con cientos de callejuelas en un estado de degradación incompatible con la presunta euforia olímpica.
Ese Maracaná renovado celebró ayer una goleada festiva contra Honduras, un adversario menor encogido ante la grandeza del momento. Fue tal el repaso que la hinchada carioca se envalentonó y acabó retando a Alemania, rival en la final y pesadilla local después de la humillación más grande infligida en la historia del deporte contemporáneo en el pasado Mundial. “Oh, Alemanha, pode esperar, a sua hora vai chegar” (algo así como “Alemania, ya puedes esperar, tu hora va a llegar”) vociferaron todos a lo largo del partido.
Neymar desempeñó el papel principal del encuentro. Lleva el 10 a la espalda, el brazalete atado al brazo y todo gravita a su alrededor. En apenas 15 segundos logró el primer gol (el más rápido de la historia de los Juegos) y en el último minuto transformó un penalti para firmar un 6-0 inapelable. Inauguró el partido y lo clausuró.
Entre esos dos momentos (sólo interrumpidos por el pánico a una lesión del crack, que cayó al suelo mareado después de lograr el gol por un impacto de su pecho contra el portero), Brasil jugó a placer y anuló cualquier esperanza de la competencia con dos nuevos tantos antes del descanso, los dos de Gabriel Jesús, hábil en el desmarque y en la definición. En la segunda parte, Brasil pensó más en la final que en otra cosa, pero aun así, casi sin querer, metió otros tres, el mencionado de Neymar y un par más obra del central Marquinhos al rematar un córner y de Luán a placer en el área pequeña. Rafinha entró en la recta final para participar en un baño que no fue interrumpido hasta el minuto 80 con el primer disparo a puerta hondureño. Fue desde fuera del área.
Con cada aproximación atacante de Brasil, un hombre de mediana edad y clase media acompañado de su mujer, sentados ambos en una de las gradas situadas detrás de la portería, recriminaba a un compatriota que no se levantara porque no le dejaba ver. “Para eso quédate en casa”, le espetó. Brasil sigue pero Maracaná ha pasado a mejor vida.
PARTIDO CAPICÚA Neymar marcó a los 15 segundos el gol más rápido de unos Juegos y después cerró la goleada OTRO AMBIENTE No queda rastro del viejo Maracaná, que ha perdido algo por el camino con su nuevo y moderno aspecto