El ‘Brexit’ no es para mañana
Londres se plantea no invocar la salida de la UE hasta finales del 2017
Han transcurrido casi dos meses desde que los británicos se sorprendieron a sí mismos votando por salir de la Unión Europea, y ni el Gobierno ni la City ni la ciudadanía tienen aún la más mínima idea del impacto de la decisión, su calendario y la manera en que se va a materializar. En el Gabinete empieza a plantearse la conveniencia de esperar a finales del 2017 –tras las elecciones francesas y alemanas– para formalizar la salida. Mientras, los brexistas viven en una nube de un optimismo heroico, alimentado por el aluvión de medallas olímpicas (que sorprendentemente atribuyen en parte a la ruptura con la UE), y los no brexistas continúan sumidos en el pesimismo, en una especie de purgatorio, a la espera de que se abran las puertas de un infierno que todavía no aciertan a imaginar del todo.
Políticamente, a pesar del parón veraniego, han estallado las primeras divergencias en una administración pastiche, liderada por Theresa May, en la que hay un poco de todo como en la viña del señor: euroescépticos recalcitrantes, otros a regañadientes, dubitativos (como la propia primera ministra), e incluso amantes de Europa, aunque esto último es casi tan impopular –por no decir ilegal– como llevar un burkini en las playas de la Costa Azul.
El primero de los muchos choques de trenes que se avecinan se ha producido entre el AVE del ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, y el Talgo del ministro de Comercio Internacional, Liam Fox. Este último, ferviente brexista y por lo tanto crecido, escribió una explosiva carta a su colega de gabinete intentando robarle buena parte de su cartera y dejarla reducida al humo de la parafernalia diplomática, mientras él se quedaba la miga.
Fox, un ultraconservador, está a cargo de la renegociación de las relaciones comerciales no sólo con la Unión Europea sino con el resto del mundo, una tarea de titanes se mire como se mire, y es el personaje clave del Gobierno junto al ministro del Brexit, David Davis (otro radical de derechas). De hecho, se ha sentido tan fuerte como para intentar reducir a Johnson a una especie de embajador jefe del reino, apoderarse de todas las competencias del Foreign Office relativas al comercio y llevarse en la misma operación a miles de funcionarios con experiencia en la negociación de tratados. Pero no ha colado. Johnson, que tiene sus deficiencias pero es perro viejo de la política, no tardó en filtrar la misiva a la prensa, y hacer que Theresa May se subiera por las paredes y criticara a ambos ministros por su pelea de gallos. Pero en el fondo desautorizó a Fox, dejando a Boris al frente del Gobierno durante sus vacaciones en Suiza (es de destacar que haya escogido el neutral país helvético para su descanso estival, en vez de un destino británico o de la UE).
El ego de Johnson está a punto de estallar. Siempre ha querido llevar las riendas del país, y por fin lo ha conseguido, aunque sea de una manera provisional y esencialmente simbólica (sólo tendría algo que hacer si estallara una crisis de algún tipo). Aunque May permanece al frente del chiringuito desde los Alpes, Boris ha sido reconocido como el ministro de más alto rango y experiencia en la gestión de una administración (fue hasta hace poco al-
CONFRONTACIÓN Surgen las primeras disensiones en el Gobierno de Theresa May
REIVINDICACIÓN Boris Johnson se queda al frente del Ejecutivo durante las vacaciones suizas de la ‘premier’
calde de Londres). Todo ello, pocas semanas después de haberse tenido que retirar de la carrera hacia el 10 de Downing Street, tras haber liderado la campaña del Brexit, traicionado por su supuesto amigo Michael Gove. Y de que buena parte de la prensa diera su carrera prematuramente por enterrada.
El intento de golpe de Liam Fox responde sin duda a una lucha de poderes, pero tiene también un trasfondo práctico. Tanto el nuevo Ministerio del Brexit como el reforzado de Comercio Internacional necesitan varios miles de funcionarios cada uno para afrontar la ingente tarea de dibujar el futuro político y económico del Reino Unido fuera de Europa, y por el momento sólo han cubierto una quinta parte de las vacantes. El noventa por ciento de la actual legislación británica está supeditada a la de la UE, y se estima que el Parlamento de Westminster tardará una década o más en aprobar las leyes que la sustituyan. Canadá ha necesitado, como referencia, diez años para poder negociar su relación comercial con Bruselas.
Y a todo esto, el Gobierno sigue sin decidir cuándo invocar el artículo 50 del tratado de Lisboa, momento en que empezarán a moverse las agujas del reloj para la formalización de la salida de la UE en un plazo máximo de dos años. Oficialmente, May (que en el referéndum se quedó en el bando de la permanencia) mete prisa a sus ministros para que aceleren el proceso. Pero al mismo tiempo personas de su confianza han insinuado que quizá no mueva ficha hasta finales del año que viene, tras las elecciones francesas y alemanas, “porque no tiene sentido negociar nada sin saber quiénes van a ser los principales interlocutores”. Lo cual significa que la ruptura podría no concretarse hasta finales del 2019. Demasiado tarde para el gusto de los brexistas.
Lo que Londres tiene claro es que no desea tratar con Bruselas, sino directamente con París y Berlín, sobre todo después de que un ministro de la canciller Merkel dijera que el Reino Unido “podría disfrutar de un estatus especial en vista de su importancia y larga permanencia en la UE, más ventajoso que el de Suiza y Noruega”. Aunque el propio funcionario germano indicara que es altamente improbable que pueda haber permanencia en el mercado único sin libertad de movimiento de trabajadores, estas declaraciones han reafirmado el optimismo de los brexistas que creen que lo conseguirán todo, y la nueva Gran Bretaña será un paraíso de miel y rosas. El país vive en el limbo.
NEUTRALIDAD May ha escogido para sus vacaciones Suiza, que tiene un acuerdo especial con la UE
NEGOCIACIONES Londres no quiere tratar con Bruselas, sino directamente con París y Berlín