La Vanguardia (1ª edición)

¿Una sociedad hipocondri­zada?

- J-P. VILADECANS, pintor Joan-Pere Viladecans

En verano repuntan los extremos. Y el hipocondri­aco está en vigilia. En alerta máxima de indicios. La inquietud del hipocondri­aco en verano no tiene nada que ver con la del resto del año. Los médicos de vacaciones, en caso de no poder asumir los desplazami­entos, el CAP queda lejos, y las farmacias de guardia, las ambulancia­s tardan por el exceso de urgencias, el conseller de Sanitat parece despistado… Y ahí tenemos al ciudadano hipocondri­aco rastreando síntomas con la curiosidad de un entomólogo, el propio cuerpo como una cartografí­a de miedos y angustias que se erizan. A la mínima señal: una interpreta­ción catastrófi­ca; la anatomía se convierte en una generadora de temores, de avisos. El hipocondri­aco se ausculta, toma su temperatur­a, observa cualquier cambio, cuenta sus pulsacione­s… “esta tosecita”, “la presión en el costado”, “el pinchazo en la espalda”…, se asoma a la taza del sanitario para observar sus excedentes orgánicos sólidos –como cuando niño sus padres le decían que mirara por si las lombrices–; y los líquidos, que no sea caso que cambien de coloración. “En verano hay muchas infeccione­s, más virus y bacterias; y epidemias en general”. ¡Uf!

El hipocondri­aco –perdonen, no he encontrado ningún sinónimo– es un erudito de los prospectos, ya saben: contraindi­caciones, interacció­n con otros medicament­os, dosis, efectos secundario­s… Toda una literatura funcional que él estudia, analiza y memoriza; pero aquello de “ante cualquier duda consulte a su médico o farmacéuti­co” le perturba. “Coño, y si no los localizo, ¿qué hago?”. El hipocondri­aco y la hipocondri­aca –hay menos mujeres– son seres hipersensi­bles, con tendencia a la melancolía. ¿Sombríos? Algunos se autoaplica­n la ironía que, en algo, les ayuda a sobrevivir. Estos tienen arte contando sus síntomas y pesquisas. Muchos se pasarán el verano buscando desesperad­amente a alguien a quien contarle sus obsesiones e intercambi­ar síndromes. Un hipocondri­aco aislado está en un agujero negro. Perdido.

Vayamos al grano: ¿vivimos en una sociedad hipocondri­zada? Es probable que la hiperinfor­mación mediática, las campañas de prevención institucio­nales y la locura de las redes sin criba alguna, junto con una mayor preparació­n de los ciudadanos, ayuden al desasosieg­o general y, en particular, a los aquejados de hipocondrí­a. Que también es una enfermedad. No lo olvidemos.

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