Corcheas regaladas
La cantante de Vilassar Judit Neddermann (de cal Nedèrman, para los lugareños) acaba de publicar su segundo disco de título muy consecuente: Un segon. A diferencia de otros músicos coetáneos, Neddermann no pone sus canciones en la red para que todo el mundo se las pueda descargar. Vende sus discos en los conciertos y en las pocas tiendas que quedan. De este ya ha vendido cerca de dos mil. No es poco. En una entrevista en la revista Esguard explica que no regala su música porque no se lo puede permitir. Le parece una vía de promoción pero una vía nefasta desde la perspectiva de la educación cultural. “Los músicos y todos los artistas parece como que vivamos del aire y estemos todo el día inspirados, y no es así”, se queja. Habla del dinero que cuesta hacer un disco y también de toda la energía que vierte. Luego llega al quid de la cuestión: “No sé por qué vemos mal el dinero. Parece que sea malo pagar por algo”. Su razonamiento es demoledor. Cuando alguien le pregunta dónde encontrará su música gratis le responde que le diga dónde encontrará ella verduras gratis. “Cuando recojo los diez euros de un disco que me paga alguien, a veces voy directamente a la verdulería y con estos diez euros compro tres plátanos, dos porros, una calabaza y dos tomates”. Porros vegetales, se entiende. Dice que el fenómeno de la música gratuita es un pez que se muerde la cola, porque sólo se lo pueden permitir los grupos que ya tienen
Cuando alguien le pregunta dónde encontrará su música gratis responde que le diga dónde hallará verduras gratis
mucho público y que viven del dinero que genera las muchas visitas a YouTube. Pero no todas las redes son iguales. En Spotify, a pesar de que pagan poquísimo, los músicos como Judit Neddermann sí están para ser escuchados. No se pueden permitir no estar. Pasa al revés: los artistas que tienen muchos seguidores se pueden permitir el lujo de estar y poner sus nuevos discos en algún portal privado. La conclusión, como siempre, es una pura cuestión de poder. O, como reconoce Neddermann con humildad: “Si a las plataformas les interesas tú o a ti te interesan las plataformas. A mí me interesan las plataformas”.
Cada vez hay más voces femeninas en el panorama musical catalán. Tras las Maremar Bonet & Rossell, la nòmina se ha disparado: Sílvia Pérez Cruz, Lídia Pujol, Helena Miquel, Andrea Motis, Anna Roig, Ivette Nadal, Maria Coma, Bikimel, Gemma Humet... Algunas han tocado en grupos, pero normalmente son solistas. La irrupción de The Mamzelles, un trío de actrices y cantantes con dos discos, cambió la tendencia. Y este verano hay otro grupo femenino que se está hinchando a hacer bolos. Se llaman Les Anxovetes (Montse Ferrermoner, Marta Pérez y Tona Gafarot) y se dedican al noble arte de la habanera, un estilo musical que asociamos a voces de marineros cazallosos alzando el vaso de ron quemado. Este trío gerundense ha conseguido que El canó de Palamós u otras habaneras clásicas de Ortega Monasterio suenen reconocibles y diferentes a la vez, con una buena combinación vocal y un acompañamiento solvente de cuerda. Me gustaría verlas en un concierto conjunto con la banda de post-punk barcelonesa Les Sueques.