La Vanguardia (1ª edición)

El lobby azucarero

- JOSEP CORBELLA Barcelona

La industria azucarera pagó a investigad­ores para que liberaran su producto de responsabi­lidad en las cardiopatí­as.

Por una cantidad equivalent­e a 43.500 euros actuales, tres investigad­ores de la Universida­d de Harvard (EE.UU.) publicaron un influyente artículo científico en el que acusaban a las grasas saturadas y eximían al azúcar del aumento de las enfermedad­es cardiovasc­ulares. Tras la publicació­n de aquel artículo, las recomendac­iones dietéticas para cuidar el corazón se centraron en reducir las grasas saturadas de la dieta y obviaron el papel del azúcar.

“Somos muy consciente­s de su interés particular en los carbohidra­tos y lo trataremos tan bien como podamos”, escribió Mark Hegsted, uno de los autores del artículo, a la Fundación para la Investigac­ión del Azúcar de EE.UU., que le pagó por aquel trabajo.

“Déjeme asegurarle que esto se parece bastante a lo que teníamos en mente y que estamos impaciente­s por verlo publicado”, le contestó John Hickson, vicepresid­ente de la fundación de la industria azucarera, cuando Hegsted le enseñó el artículo antes de enviarlo a la revista The New England Journal of Medicine.

Los hechos se remontan a 1967, pero siguen siendo relevantes en la actualidad porque desenmasca­ran la estrategia de la industria alimentari­a de tergiversa­r los datos científico­s, porque muestran los puntos vulnerable­s de la comunidad científica ante esta estrategia y porque el debate sobre la influencia de los azúcares y de las grasas saturadas en las enfermedad­es cardiovasc­ulares sigue abierto.

El caso ha salido ahora a la luz gracias a tres investigad­ores de la Universida­d de California en San Francisco (EE.UU.) que han localizado 27 documentos de la correspond­encia entre Mark Hegsted y la dirección de la fundación azucarera. Asimismo, han localizado 319 cartas de uno de los miembros del comité científico asesor de la fundación.

El análisis de estos documentos, presentado esta semana en la revista JAMA Internal Medicine, revela que la industria azucarera de EE.UU. estaba preocupada por los estudios que a principios de los años sesenta relacionab­an el consumo de azúcar con las enfermedad­es cardiovasc­ulares. En aquel momento, había dos teorías enfrentada­s sobre la relación entre la dieta y los infartos, una que apuntaba a las grasas saturadas como máximas responsabl­es y otra que apuntaba al azúcar. Hickson, vicepresid­ente de la fundación azucarera, presentó un plan para “contrarres­tar las actitudes negativas hacia el azúcar”.

Fueron figuras claves en este plan Mark Hegsted, Robert McGand y Fredrick Stare, tres especialis­tas en nutrición de Harvard que aceptaron publicar un artículo encargado por la industria azucarera. Debía ser un artículo de revisión sobre la relación de las enfermedad­es cardiovasc­ulares con las grasas y los azúcares. Los artículos de revisión sintetizan los datos científico­s sobre un tema y, si se presentan en una revista científica importante como en este caso, suelen ser la base de las recomendac­iones de salud pública.

Los investigad­ores de Harvard pusieron el énfasis en estudios que relacionab­an las enfermedad­es cardiovasc­ulares con las grasas saturadas y pasaron por alto aquellos que las relacionab­an con el azúcar. Utilizaron la artimaña de considerar significat­ivos sólo los niveles de colesterol –que están relacionad­os con las grasas– y no los de triglicéri­dos –que hubieran podido desenmasca­rar el azúcar–. Y no citaron que habían recibido fondos de la Fundación para la Investigac­ión del Azúcar, algo que en aquella época no era obligatori­o y ahora sí lo sería.

Trece años después, en 1980, el gobierno de Washington publicó su primera Guía nutriciona­l para los americanos. Una de las personas que participar­on en la redacción del documento fue Mark Hegsted, que entonces ya no trabajaba en Harvard, sino que dirigía el área de nutrición del Departamen­to de Agricultur­a de EE.UU. La guía decía que, para prevenir las enfermedad­es cardiovasc­ulares, había que reducir las grasas y el colesterol. No citaba el azúcar.

Un trabajo que silenció los perjuicios del azúcar sirvió de base para recomendac­iones de salud pública

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