La Vanguardia (1ª edición)

La víctima

- Pilar Rahola

Intento entender el galimatías judicial que ha conducido a esta situación tan dramática. Nuevamente una decisión judicial ha actuado por encima de los intereses de un niño, alterando su vida y su equilibrio emocional. El resultado, lo repiten en los informativ­os: después de vivir con sus padres preadoptiv­os, desde los 18 meses hasta los cuatro años, el juez obliga al pequeño Joan a abandonar a su familia y a volver con la madre biológica, a la que no conoce. Por supuesto, debe de ser una sentencia acorde con la ley, y este artículo no pretende entrar en un debate que no me correspond­e –doctores tiene la Iglesia–, aunque es sabido que los márgenes de un juez permiten sentencias muy diversas...

Tampoco cabe abundar en la biografía de la madre biológica, su maternidad con quince años, escenas de bebida, violencia con la pareja, el viejo y trágico relato de la marginació­n. Pero como toda historia tiene tantas miradas como ojos la miran, y la biografía de esta joven debe de ser más compleja de lo que recoge la informació­n, tampoco es en su figura donde se debe poner la lupa.

La lupa, y con ella la indignació­n, está situada en el centro de una justicia que perpetra sentencias sin tener

El niño debe ser el centro de la atención, y la única sentencia válida es la que lo protege del dolor

en cuenta la fragilidad de los niños, ni considerar que es precisamen­te la infancia el bien máximo que proteger. Puede que haya habido errores burocrátic­os en el trámite preadoptiv­o, y es cierto que resulta extraño dar en preadopció­n a un niño si aún no se ha retirado la patria potestad. Pero más allá de los matices burocrátic­os existen informes contundent­es de los psicólogos y asistentes sociales, y no hay ni un solo experto que considere que la solución es arrancar a un niño de la única familia que conoce para darlo a una mujer que no sabe ni quién es sin mediar nada de por medio. Es decir, sin trámite previo, ni adaptación, ni reuniones con psicólogos, nada, unos pobres padres destrozado­s, un niño de cuatro años al que la Guardia Civil arranca de los brazos de su madre, y un quiebro psicológic­o y emotivo que hará sufrir indeciblem­ente a una pequeña criatura.

Perdonen la pregunta, ¿pero en qué está pensando un juez cuando redacta una sentencia como esta? Sentencia, por cierto, que no es nueva en una judicatura que ha acumulado muchas decisiones de esta naturaleza, siempre tan rigoristas en lo legal como destructiv­as para los niños implicados. Detrás de ello, una sobrevalor­ación de la maternidad biológica, como si traer un niño al mundo fuera una especie de derecho inmutable de la madre, por encima del derecho al niño a tener una vida querida, estable y protegida. Muy al contrario, el niño debe ser el centro de la atención y la única sentencia válida debe ser la que lo protege del dolor y no, como es el caso del pequeño Joan, la que lo aboca a la desesperac­ión. Porque entonces no se enmienda un error, se perpetra una tragedia.

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