La niñez perpetua
En una especie de nuevo ideal igualitario, disminuyen las diferencias entre adultos y niños (nota: el genérico vale, también aquí, para niños y niñas). Demasiados adultos han idealizado su etapa de niños y estos aprenden pronto que ya están bien quedándose como niños. Ser adulto, y más a los ojos de un niño que tiene de todo, no es ninguna ganga. ¿Para qué evolucionar? Si el mundo adulto se percibe sólo como un mundo de problemas y no de satisfacciones, ¿para qué hacerse mayor?
Y es que nos abruma la creciente complejidad de la existencia. Vivimos mal las incertidumbres de la edad adulta, las dudas, los problemas. Mejor quedarse en la placenta, en la cuna o junto a las faldas de mamá. No es extraño que se incrementen las patologías asociadas al cambio de aspecto corporal. La misma anorexia es una enfermedad reactiva que expresa un profundo deseo de paro en el crecimiento o, peor todavía, un anhelo de involución y de olvido, de regreso a la inconsciencia.
En un mundo tan acelerado como el nuestro, se extiende la negativa radical a cambiar con la rapidez con que a veces sentimos que se nos exige, sin que tengamos suficientes recursos para asimilarlo. De modo que reaccionamos, a veces incluso agresivamente, para defendernos. Y es que hay tan poca conciencia de las bondades de pasar a otro nivel generacional que los niños prefieren abstenerse de progresar (adecuadamente o no).
Así que estudiar, en muchos casos, es vivido como ese esfuerzo innecesario. ¿Estudiar, para qué? ¿Para llegar a ser uno más de esos angustiados adultos que los niños no quieren seguir como modelo? ¿Quién va a decirles, pues, que, más allá de la infancia como edad tan idealizada, hay todo un mundo a su alcance que les puede hacer no sólo mejores sino más felices? Aunque, eso sí, sabiendo que incluso aprender a crear y consolidar felicidad pide un esfuerzo.
Pero lo peor no es que nuestros sobreprotegidos niños y niñas de hoy digan no, en su sentir más profundo, a pasar a otra etapa en su crecimiento. Lo peor es que entre todos estemos negando la existencia de etapas en la vida. Y que no les concedamos cuanto antes la mayoría de edad psicológica que se merecen para construirse como personas. Como siempre lo fue la eterna juventud, hoy en nuestras sociedades satisfechas la gran utopía es la eterna niñez, identificada con todas las bondades, con la no culpa de nada, con la diversión constante y con la felicidad perpetua.