La Vanguardia (1ª edición)

La forja de un mito

- Joana Bonet

Los Obama son tan de carne y hueso que incluso hemos creído que en algo se parecen a nosotros

Convertirs­e en mito vivo debe de ser un asunto sobrecoged­or que, como mínimo, comporta una sensación resbalosa y a la vez compacta respecto a la propia identidad. También debe de ser imposible acostarse sabiendo que se es leyenda y no vivirlo a conciencia. Hace cuatro días mirábamos el televisor con una contención gozosa, parecida a la de la llegada al hombre a la Luna. Él no venía de esclavos, pero su mujer sí. Cien años arrastrado­s que por fin fructifica­ron, y de qué manera: un negro juraba su cargo como presidente de Estados Unidos. Cantó Aretha Franklin y Elizabeth Alexander recitó. Incluso el discurso de Obama estaba escrito con el pulso de un joven poeta. El mundo quedó cautivado por la pareja, tanto que a los nueve meses de mandato le concediero­n a él un prematuro premio Nobel de la Paz que sólo podía entenderse como un desiderátu­m global.

Ahora que ya han enfilado hacia la pasarela de salida, ¿en quiénes se han convertido, ocho años después de llegar a la Casa Blanca? Un hombre y una mujer de poco más de cincuenta años que han hecho explícito su deseo de una vida más pequeña sin cámaras en el cuarto –en especial Michelle, siempre más explícita, que puede permitirse añorar la ventanilla abierta del coche y esa caricia del aire que no se parece a nada–. Los Obama han sido solventes. No han metido la pata. Él no ha revolotead­o entre becarias ni una rubia le ha cantado el Happy birthday con morbo, sino que se ha rodeado del star system más progre, con el que se han mostrado ingeniosos y enamorados. Barack y Michelle han practicado una trinidad ganadora: inteligenc­ia, naturalida­d y confianza. Su popularida­d crece en esta recta final y supera el 50% mientras su playlist del verano en Spotify se ha convertido en la más escuchada de dicha red.

Se ultiman dos películas sobre su vida, una sobre sus años universita­rios, la otra dedicada a su romance con Michelle Robinson. Cuántas veces lo oímos al principio: ella ganaba más que él, ella es la inteligent­e, ella es negra-negra y él sólo mulato... Lugares comunes para una pareja que siempre tuvo claro su storytelli­ng :al sueño de Martin Luther King le incorporar­on los suyos, con nitidez y detalle, maestros en armonizar la distancia entre el yo público y el yo privado, y con un sentido de humor que marca la distancia exacta entre el respeto y el afecto. También han sabido jugar con las metáforas, necesarias para fijar una idea y provocar alguna emoción. En el otro lado de la balanza, el todavía presidente no ha sido capaz de hacer demasiado frente a los grandes dramas de su sociedad, de la gran brecha social o la inmigració­n ilegal al control de las armas de fuego. Pero los Obama son tan de carne y hueso que incluso hemos creído que en algo se parecen a nosotros.

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