La Vanguardia (1ª edición)

Malas madres

- Joaquín Luna

Como cada año, deseo “felices vacaciones” a una amiga estupenda el día que empieza el curso. Han crecido sus hijas, pero espero que esta semana el deseo lo harán suyo otras madres.

–¡La película que quiero ver es Malas madres!

Querido niño pérfido –porque la frase se la oí a un niño de unos ocho años mientras almorzaba en una terraza–, te vas a fastidiar porque ya la han retirado de la cartelera, así que si quieres chinchar a tu madre –intuí que de eso se trataba– buscas tú solito los reproches.

Los niños tienen mucho prestigio. Son el futuro, dicen. Cuando era niño, no éramos el futuro y entre mayores tocaba callar, salvo cuando algún adulto preguntaba sobre el porvenir. –¿Periodista? Pasarás hambre... Y entonces te aconsejaba­n compaginar estudios de Periodismo y Derecho, convencido­s de que la verdad te haría golfo pero el derecho te daría estabilida­d y una novia formal.

Cuando veo un niño sólo espero que sea una persona de provecho a fin de garantizar­me la pensión. Por eso, cuando oí al chaval que quería ver Malas madres con fines ulteriores intuí que el muy maligno tratará de no pagar impuestos y matarme de hambre.

Los niños del siglo XXI tienen voz y casi voto porque acuden en tropel a las manifestac­iones y encima los sacan en la tele a modo de garantía de pureza, transparen­cia y porvenir. ¡Qué padres y madres tan pedagógico­s! (¡y no la birria de padres de mi generación!).

–¡Esto lo hacemos por nuestros hijos y nuestros nietos!

Es un argumento irreprocha­ble que denota bondad, conciencia­ción y optimismo. Yo no hago nada trascenden­tal por mi hijo –y mucho menos por hipotético­s nietos– salvo darle la tabarra con cuatro consejos, costear cuanta educación esté dispuesto a asimilar y alertarle de que su herencia será un reloj de pulsera. Me trae al pairo lo que vote, si en verano se apunta a una oenegé o va a Eivissa y si cuando tenga mi edad puede bañarse en un recodo del río Martín o si el río Martín está más tieso que yo, vaya usted a saber si porque es afluente, por el cambio climático o el desarrollo industrial de la laboriosa provincia de Teruel.

Si los niños son tan maravillos­os, ¿por qué veo estos días a tantas mujeres con la sonrisa puesta y cara de “ahora empiezan las vacaciones”? Y no digamos a las abuelas, que se han desembaraz­ado, por fin, de esas criaturas que las humillan con la tecnología, les imponen sus programas de televisión y de las que tanto –dicen– conviene aprender. Hoy hay dos tipos de abuelas: las que tienen nietos en sus perfiles en la red y las que cuelgan fotos con gafas de sol y cara de guerra.

Las malas madres vuelven a sonreír, a gustarse cuando las miras, y desde aquí todo el afecto: lo normal es acabar hartas de los niños, grandes tiranos. Y no me sufran, porque pronto empiezan las competicio­nes deportivas llamadas a hipotecar los fines de semana y restaros horas de sueño.

Si los niños no son tan tiranos, ¿por qué veo a tantas madres sonrientes estos días de vuelta al cole?

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