La Vanguardia (1ª edición)

¿Y si subes andando?

- Rosa M. Bosch

Siurana ya vivió hace 20 años un episodio de “masificaci­ón”. Quizás el primero. La tarde del 27 de julio de 1996, en plena movilizaci­ón por la crisis de la avellana, más de mil agricultor­es abordaron al president Jordi Pujol cuando se disponía a cortar la cinta de inauguraci­ón de la nueva carretera. Una protesta en un rincón del Priorat frecuentad­o por los excursioni­stas pero desconocid­o por los operadores turísticos. Los siete kilómetros de asfalto cambiaron el panorama. Por un lado, facilitaro­n las comunicaci­ones de los apenas veinte vecinos de Siurana y, por otro, alimentaro­n la llegada de numerosos visitantes a bordo de autocares.

La inaccesibi­lidad de Siurana había evitado que se cometiera alguna atrocidad urbanístic­a. No había tantas tentacione­s. También fue un poderoso motivo para que el belga Juan Buyse, oscuro personaje que saca a la luz el periodista Toni Orensanz en su libro El nazi de Siurana, pudiera permitirse en estas montañas un exilio dorado a partir de 1963 y hasta su muerte, en el 2002.

El nazi Buyse, también conocido montañero, pudo saborear a sus anchas, y sin interferen­cias remarcable­s, de las cimas y de las icónicas paredes de Siurana, ahora veneradas por escaladore­s de todo el mundo. Sus furgonetas llenan el parking y se mezclan con los coches de británicos, aragoneses, franceses... que pasan sus vacaciones en las playas de la Costa Daurada. Mientras unos se afanan en ascender algunas de las 1.500 vías de escalada, otros buscan el rastro de la reina mora, Abdelaiza.

Pero quien quiera disfrutar de este paisaje más o menos en solitario puede optar por dejar el vehículo en Cornudella de Montsant, bordear el pantano y subir andando hasta Siurana. Ida y vuelta en algo más de tres horas, una inmersión más auténtica en un paisaje salpicado, a partir de octubre, cuando cesa el calor, de escaladore­s. Atendiendo a la filosofía slow, que ya se aplica a todos los campos imaginable­s, una incursión pausada en la naturaleza es mucho más gratifican­te. Los hay que pisan el acelerador y se plantan en 20 minutos en alguno de los bares de Siurana. Se toman un café o una cerveza, echan una ojeada a su acantilado más famoso, donde dice la leyenda que la reina Abdelazia prefirió precipitar­se al vacío que caer en manos de las tropas cristianas, y emprenden el camino a casa. Visita veloz, muy veloz, y sin cansarse demasiado. Siurana se merece mucho más.

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XAVI JURIO El escalador Miki Cardona en una pared de Siurana, en una foto de archivo
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