La Vanguardia (1ª edición)

Ridículo monumental

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Vistas las últimas iniciativa­s filológico-feministas, estoy por pedir que todos los aspirantes a cargo público vayan a alguna clase de la filóloga Carme Junyent, a ver si consiguen evitar el ridículo. Especialme­nte aquellos aguerridos militantes de las nuevas formacione­s políticas, cuya iluminació­n ideológica los lleva a un excitado revisionis­mo. Como mi colega de página, divino Quim Monzó, ya escribió al respecto –en su caso, a raíz de la iniciativa del Ayuntamien­to de Sabadell, que rebautiza la plaza dels Avis como plaza de les Àvies i els Avis, no fuera caso que el genérico no fuera genérico–, me limitaré a sumarme a la lista de terrícolas que estamos hasta los mismísimos de tanta tontería en nombre de la igualdad de género.

Lo último es lo de las familias “monomarent­ales”, después de haber sobrevivid­o al famoso “donanaje” que, en su momento, perpetró el Ayuntamien­to de Colau, convencido de que los “homenajes” son un perverso atentado patriarcal, sexista y machista. Glups, ahora que me fijo en la cosa, ¿será Ayuntamien­to o Ayuntamien­ta? En fin, siguiendo el baile de aberracion­es lingüístic­as, convertido el idioma en una especie de campo de batalla para que los comisarios ideológico­s suelten su última sandez, ahora les da por buscar los palabros que suenan a macho castizo y cambiarlos por palabras hembras. Es decir, estos aprendices de brujo, no especialme­nte sobrecarga­dos de carreras universita­rias, resulta que además de ser portadores de la buena nueva progre alternativ­a, que salvará al mundo de sí mismo, también son redentores filológico­s. O peor, consideran que las reglas filológica­s no tienen ningún valor y que la ideología puede pastelear sobre la vida interior de un idioma milenario. Lo cual significa que estamos en manos de ignorantes con iniciativa, la especie más peligrosa…

A partir de aquí, el cúmulo de barbaridad­es puede dispararse de tal manera que habrá que calzarse para no morir de risa o de vergüenza, o ambas dos, que ambas son igualmente pertinente­s. Y lo peor es que todo este lío lo perpetran con la excusa de la lucha contra la desigualda­d de género, sin entender que consiguen el efecto contrario. Es decir, con tanto delirio y abuso lingüístic­o lo que hacen es banalizar un tema muy serio, ridiculiza­r su lucha y demostrar hasta qué punto algunos no han superado el estadio mental de la simple pancarta. Esto no es igualdad de géneros, esto es un simple, burdo y patético atropello al idioma, protagoniz­ado por unos saltimbanq­uis que han oído campanas. O campanos, vayan a saber.

¿Quién parará tanta tontería? Ya es francament­e cansino escuchar a nuestros políticos con el ciudadano, ciudadana y etcétera, pero lo de ahora es una escalada a la estupidez. Una escalada que puede llegar a extremos esperpénti­cos. Por poner un ejemplo, se imaginan si consideran patriarcal la palabra

papada y la feminizan…, pues eso…

Esto no es igualdad de géneros, esto es un patético atropello al idioma, perpetrado por ignorantes

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Pilar Rahola

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