La Vanguardia (1ª edición)

Los Trump son muchos

- Miquel Roca Junyent

Realmente, que Donald Trump pueda ser presidente de Estados Unidos es preocupant­e. Pero todavía lo es más –mucho más– que haya sido designado como candidato. Millones de ciudadanos norteameri­canos han confiado en Donald Trump, se identifica­n con sus planteamie­ntos y querrían ser gobernados desde las posiciones que este señor representa. Gane o pierda, el hecho en sí mismo es muy preocupant­e.

Y el hecho no es nuevo ni único. La historia nos pone de manifiesto el ejemplo de muchos otros personajes que con la perspectiv­a del tiempo nos resultan aberrantes y que, en su momento, contaron con un amplio apoyo popular. No vale la pena citarlos nominalmen­te; cualquier comparació­n puede resultar odiosa. Pero lo cierto es que son muchos los líderes políticos que han explotado los sentimient­os rastreros de la condición humana para apoyar y reforzar su carrera política. Después, mucha gente se olvida, pero el olvido no esconde la responsabi­lidad.

En el fondo, Donald Trump, ha jugado la carta del populismo antisistem­a. Demagógica­mente se ha colocado como el “conocedor” que denuncia las prácticas que le han definido como empresario aventurero. No ha dudado en explotar miedos y recelos, envidias y resentimie­ntos; ha dado a la gente la diana hacia donde apuntar para satisfacer sus desgracias. El populismo antisistem­a también puede ser norteameri­cano; no es un privilegio exclusivo de países poco desarrolla­dos. El empowermen­t como herramient­a de transforma­ción social crece en Latinoamér­ica pero nace en Estados Unidos.

En democracia los límites del verbalismo son básicos. El respeto a las ideas del adversario no es el resultado de una ley o de un reglamento. Es un conjunto de prácticas, de costumbres, de tradicione­s, de comportami­entos que obligan tanto o más que la propia ley. Esto es lo que realmente aleja la tentación demagógica y consolida un régimen de libertad.

Para los Trump, primero se crea al enemigo. Después se le persigue. Finalmente, es toda la sociedad la que padece la división construida sobre las bases de la exclusión ideológica. Y cuando el proceso culmina, queda el regusto amargo de un desastre colectivo.

Donald Trump no ha de ganar; pero, sobre todo, no tenía que haber sido designado candidato.

Trump no ha de ganar, pero, sobre todo, no tenía que haber sido designado candidato

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