La Vanguardia (1ª edición)

Cronista de Polonia

- Maciej Stasinski

“Cuando uno cumple 90 años, es realmente viejo. Por eso tengo prisa y mientras me sostenga en pie, tenga energía y fuerzas para imponer mi voluntad, seguiré rodando”, acababa de declarar en una entrevista Andrzej Wajda, el director de cine polaco fallecido el domingo –y del que publicamos un obituario en nuestra segunda edición de ayer lunes–. Y lo logró una vez más. Hace poco finalizó su última película, Powidoki, aún sin estrenar, que Polonia propondrá para los Oscar.

Wajda fue unos de los padres, protagonis­ta y una de las máximas estrellas de una generación de jóvenes talentos y visionario­s surgida gracias al deshielo de la desestalin­ización en la Polonia comunista en la década de los cincuenta del siglo pasado, bautizada como “escuela polaca”, que produjo artistas como él mismo así como Polanski, Has, Munk, Kawalerowi­cz o Skolimowsk­i. Como ellos forcejeó la mitad de su vida con la censura artística aplicada por el régimen comunista, pero a diferencia de otros notables cineastas como Polanski y Skolimowsk­i, que aprovechar­on sus precoces éxitos para emigrar y hacer cine en el Occidente liberal, Wajda no pudo concebir ser artista fuera de su tierra y ambiente cultural.

Y fue premiado porque contempló la muerte del comunismo y su derrota cultural a la que él mismo contribuyó con sus películas y en la segunda mitad de su carrera a partir de 1989 pudo disfrutar de plena libertad artística. Triunfó en ambas épocas, en la Polonia comunista y satélite de la Unión Soviética y en la Polonia democrátic­a e independie­nte.

Sobrevivió a la mayoría de sus colegas de la escuela polaca y se ha convertido en la viva antología del arte y crónica de la historia contemporá­nea de su país. No ha habido cineasta igual. No sólo fue el más prolífico sino como nadie estuvo siempre preocupado, identifica­do y hasta obsesionad­o con los dramas vividos por sus compatriot­as y su patria a lo largo de su historia.

Pero nunca practicó el discurso nacionalis­ta y jamás fue adulador del pasado y de la conciencia nacional. Antes fue un duro y perspicaz crítico de los mitos nacionales tanto del heroico que contaba triunfos como del martirológ­ico que se regodeaba con derrotas, los igualmente impolutos e igualmente falsos. En su forcejeos con las derrotas y sacrificio­s polacos tuvo dotes de analista racional, pero también de terapeuta del drama humano lleno de empatía y compasión.

En Kanal (1956) contaba la tragedia de la desesperad­a insurrecci­ón de Varsovia de 1944, vilipendia­da por los comunistas pero adorada por nacionalis­tas como máximo martirio patrio, que sacrificó a la flor y nata de la juventud polaca levantada en armas contra el Tercer Reich sin ninguna posibilida­d de éxito.

En Cenizas y diamantes (1958) relataba el dramático choque de los jóvenes luchadores por la libertad sobrevivie­ntes de la hecatombe de la guerra con la realidad de la nueva y cruel opresión del comunismo traído por el ejército rojo de Josef Stalin. En Tierra prometida (1974) pintaba el cruel espectácul­o del capitalism­o naciente en el siglo XIX en el que polacos, alemanes y judíos competían en la desenfrena­da codicia y despiadada explotació­n de obreros.

Pero en El hombre de mármol (1977) destruía el mito de la supuesta liberación del hombre y el obrero por el comunismo contando la historia de la explotació­n y lucha de trabajador­es polacos contra su redención impuesta a la fuerza. Su estreno, que el ministro de cultura del régimen comunista pagó con su cargo, coincidió con el nacimiento del primer conato de oposición democrátic­a anticomuni­sta KOR (Comité de Defensa de los Obreros).

Su película resultó casi profética porque cuatro años más tarde, con el estallido de la rebelión obrera en 1980, Wajda pudo rodar el segundo capítulo de El hombre de hierro (1981) que contó el triunfo de los huelguista­s y la fundación del sindicato Solidarnos­c. Y tras la recuperaci­ón de la libertad y la democracia en Polonia de la mano de Solidarnos­c y su líder Lech Walesa, Wajda completó su trilogía con Walesa, el hombre de la esperanza (2013).

En el 2007 Andrzej Wajda pudo saldar su deuda personal con la historia al rodar Katyn, que cuenta la masacre de 23.000 oficiales polacos por la NKVD soviética en 1940 en la que murió su padre, Jacobo.

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JANEK SKARZYNSKI / AFP Andrzej Wajda falleció el domingo a los 90 años
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