El otro cambio climático
MIENTRAS en Marrakech una serie de países anunciaban un recorte de emisiones de gases invernadero de al menos el 80% para el 2050, en Barcelona el presidente de la Generalitat repasaba en la sede de Foment la lista de asuntos pendientes del Gobierno con Catalunya ante la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y el rey de España. Se diría que empieza a haber una nueva hoja de ruta respecto al cambio climático global, pero también se intuye una modificación de la estrategia para cambiar el clima político local. Las palabras de Carles Puigdemont, pronunciadas con contundencia pero sin victimismo, en ningún momento fueron interpretadas como desconsideración o inoportunidad. Es más, al concluir la cena, la vicepresidenta invitó discretamente al president a pasar a una sala de Foment y mantuvieron una reunión en la que le reafirmó la voluntad del Gobierno de abordar la cuestión catalana serenamente. Puigdemont había dicho en su discurso: “Escuchar la voz de los catalanes es una condición indispensable para que pueda haber un diálogo fructífero”.
No será fácil salir del laberinto en el que se ha convertido el conflicto catalán, tras el exceso de desencuentros públicos y la escasez de encuentros privados. El exceso de judicialización de la política de los últimos cuatro años ha sido un error que ha devenido en fiasco. No es fácil rehacer relaciones cuando antes han saltado por los aires. Pero la política no es tender un puente donde no hay río, ni situar un río donde no hay puente. Lo sensato es acomodar ríos y puentes y, sobre todo, no dinamitarlos para que sea imposible transitar por ellos. Así, que Puigdemont leyera la cartilla, que Santamaría no se sintiera ofendida y que el Rey animara al diálogo resultó una escena inteligentemente versallesca. Y un elemento de esperanza para empezar a desencallar la situación. Sobre todo viendo cómo la vicepresidenta y el president cogían sus agendas y se emplazaban a hablar.