La brecha educativa
Carles Casajuana plantea hasta qué punto el nivel educativo de la población ha influido en las votaciones a la presidencia de EE.UU. o el referéndum por el Brexit en Gran Bretaña: “La gente vota para defender sus intereses. Si los votantes sin estudios se han inclinado mayoritariamente a favor de Trump y del Brexit es porque piensan que les conviene, porque se sienten desprotegidos por la competencia brutal generada por la globalización”.
Jorge Luis Borges vivió atenazado por un dilema cruel. Como hombre cultivado, educado en Suiza, de cultura anglosajona, era un demócrata de convicción. Pero el peronismo, que él consideraba la fuente de todos los males de Argentina, incluyendo la falta de una democracia sólida, ganaba siempre las elecciones. Esto le llevó a apoyar al general Videla –un apoyo que retiró más tarde, cuando se enteró de las atrocidades cometidas por la dictadura– y a escribir una frase terrible: “Descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”.
No sé si Borges habría considerado la victoria de Donald Trump como un abuso de la estadística, pero la ola de populismo que recorre el mundo, un populismo que en unos lugares es de extrema derecha, en otros de extrema izquierda y en todas partes xenófobo y opuesto a la globalización, puede empujar a muchos a recordar las tribulaciones del escritor argentino. También les puede hacer pensar en una socarronería del gran periodista estadounidense Henry Mencken: “La democracia está basada en la teoría de que la gente sabe lo que quiere y merece el castigo de conseguirlo”.
Trump ha ganado de forma legítima, sin duda. Poner en cuestión el resultado de las elecciones es poner en cuestión la democracia. Pero su victoria, más allá de un voto de repudio, un “¿Ah, sí? Pues te vas a enterar”, es en gran parte la victoria de los que no distinguen la verdad de la mentira –o, aún peor, que no quieren distinguirla–, de los que les importa un bledo el cambio climático, de los que se sienten amenazados por los inmigrantes y se preguntan quién ha aprobado unas normas de corrección política que les impiden quejarse de ello.
También es la victoria de los que tienen menos estudios. El nivel educativo se ha convertido en un factor político de primer orden. Esto se vio muy bien en el referéndum británico, en el que el 75% de los licenciados universitarios votaron a favor de continuar en la Unión Europea y el 25% a favor de salir, mientras que entre las personas sin título superior los porcentajes fueron prácticamente opuestos: 27% a favor de quedarse y 73% a favor de salir.
En las elecciones norteamericanas ha pasado algo parecido, pero de una forma bastante más matizada. La América blanca y profunda, en el campo y en las ciudades pequeñas del interior, ha votado a favor de Donald Trump, y la América más multirracial y cosmopolita, la de la costa y de las grandes ciudades, a favor de Hillary Clinton. Pero, junto a ello, se observa que uno de los rasgos más comunes entre los votantes de Donald Trump es la falta de estudios universitarios. El magnate obtuvo los mejores resultados en los lugares en los que más del 75% de la población blanca carece de titulación superior.
¿Quiere esto decir que, en el Reino Unido y en Estados Unidos, la democracia se ha convertido en un campo de batalla entre el conocimiento y la ignorancia, entre las élites ilustradas y las masas incultas, y que la gente ha votado a favor del Brexit y de Trump por falta de formación? No, no lo creo. Sacar la conclusión de que los ciudadanos han votado a favor de Trump o del Brexit porque no tenían suficientes conocimientos para ver las consecuencias de su elección sería engañarse escondiendo la cabeza bajo el ala de la arrogancia y el paternalismo.
Se puede pensar que las personas sin estudios son menos exigentes a la hora de comprobar la veracidad de los argumentos políticos. O que no se fijan tanto en si las promesas electorales son compatibles entre sí. Obviamente es más fácil convencer a una persona sin estudios de que es posible bajar los impuestos y, a la vez, aumentar el gasto público que a un doctor en Económicas, porque un doctor en Económicas enseguida verá que los números no cuadran.
Pero la gente vota para defender sus intereses. Si los votantes sin estudios se han inclinado mayoritariamente a favor de Trump y del Brexit es porque piensan que les conviene, porque se sienten desprotegidos por la competencia brutal generada por la globalización. La libertad de movimientos de personas y la liberalización comercial favorecen a los mejor formados, que son los que están en condiciones de aprovechar las nuevas oportunidades. Los que no están preparados para competir, en cambio, se sienten desfavorecidos.
El miedo de las élites ilustradas a ser derrotadas en las urnas por personas con menos conocimientos no es nuevo. Es una variante del miedo de los ricos y poderosos a tener que plegarse a las decisiones de los desposeídos, un miedo ligado a la resistencia de los privilegiados a la democracia. Pero esto no quiere decir que las élites ilustradas no tengan razón, ni que las fórmulas propuestas por los líderes populistas sean acertadas. Al contrario, muchas de ellas traen a la mente otra aguda observación de Mencken: “Todos los problemas complejos tienen una solución clara, simple y equivocada”. Lo que da miedo es que haya tanta gente dispuesta a creer en estas fórmulas.
La victoria de Trump es en gran parte la victoria de los que no distinguen la verdad de la mentira