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El resultado incierto del referéndum para la reforma de la Constitución italiana, y la consolidación de la investigación científica en Barcelona.
ITALIA se asoma al precipicio con la celebración, el 4 de diciembre, de un referéndum para la reforma de la Constitución con el objetivo de dar más poder al Estado, en detrimento de las regiones, y de anular el “bicameralismo perfecto” al limitar los poderes del Senado, lo que facilitaría la aprobación de leyes propuestas por el Gobierno. Una consulta que el primer ministro, Matteo Renzi, plantea como un plebiscito a su persona y sus políticas y que, según los sondeos publicados, perdería por una diferencia entre cinco y diez puntos, aunque el número de indecisos bordea el 25% de los votantes. De producirse una victoria del no, supondría un descalabro que pondría a Italia y a la eurozona en una situación muy difícil. Para The Wall Street Journal, una derrota de Renzi tendría peores consecuencias para Europa que el Brexit.
Al frente de la opción del no se hallan el Movimiento 5 Estrellas (M5E), que lidera el cómico Beppe Grillo, y Força Italia (FI), el partido de Berlusconi. Pero en contra del sí también se encuentran diversos políticos del partido de Renzi, el Partido Demócrata (PD), contrarios a una reforma que califican básicamente de centralista e ineficaz. Pero el verdadero problema de fondo es que Renzi trata de sobrevivir a una situación política que no facilita la toma de decisiones que le den la vuelta a una situación económica dramática.
Italia está ahogada por una deuda que se sitúa en el 135% del PIB, un paro que afecta a casi el 38% de los jóvenes y un crecimiento cero en el primer semestre del año. Para el semanario The Economist, el cuarto país de Europa “es uno de los más frágiles, con la tasa de empleo más baja después de Grecia y una economía que agoniza desde hace años, ahogada por el exceso de normativas y una débil productividad”. Si se suma la fragilidad de su sistema bancario y la continuada desindustrialización del país, el panorama es de vértigo.
La solución a estos problemas propuesta por Renzi, básicamente bajada de impuestos e inversiones en infraestructuras para relanzar la economía, choca con la rigidez de Bruselas. En una reunión celebrada el pasado agosto con Merkel y Hollande tras el Brexit, Renzi obtuvo algunas concesiones de sus homólogos europeos siempre que mantenga el déficit del 2017 por debajo del 1,8% del PIB. Un cifra difícilmente alcanzable si se tiene en cuenta que en el 2015 el desajuste presupuestario fue del 2,6% y está previsto que sea del 2,4% este año. Por tanto, aunque la reforma constitucional no supondrá un ahorro en los costes administrativos, apenas unos 500 millones de euros, la voluntad de Renzi es agilizar la estructura ejecutiva, política y administrativa para eliminar obstáculos políticos que impiden la reactivación económica que propone.
Habrá que ver qué votan los italianos el 4 de diciembre. La cuestión es si, a semejanza de lo ocurrido con el Brexit y en las elecciones estadounidenses, apuestan contra un sistema y un establishment que muchos consideran periclitados, o bien si Renzi obtiene la confianza para poner en marcha sus reformas. La experiencia dicta que, en las actuales circunstancias, las encuestas –que predicen una derrota de Renzi– se equivocan; pero también dicta que los países occidentales han entrado en una vorágine populista incierta y estremecedora. Ese día no sólo se juegan su futuro los más de sesenta millones de ciudadanos italianos, sino que se pone en cuestión el porvenir de una Europa atascada en sus propias contradicciones.