La minoría republicana
Cuando el príncipe Juan Carlos de Borbón vio acercarse el acceso al trono, negoció con Santiago Carrillo un “no nos vamos a hacer daño”. El acuerdo consistía en que el todavía ilegal Partido Comunista de España no boicotearía desde la calle la coronación del futuro rey. “¿Y qué hay de la legalización del PCE?”, preguntó Carrillo. “Se hará, pero cuando las circunstancias lo permitan”, respondió el emisario real. El Partido Comunista no movió un músculo aquel 22 de diciembre de 1975, para sorpresa de los militares, que esperaban agitación en las calles. Así empezó la comunión entre comunismo y monarquía, una de las grandes claves de estos cuarenta años de convivencia y de la que ahora reniegan sucesores de Carrillo como Alberto Garzón.
La situación que se vivió el jueves en el Congreso de los Diputados no es comparable, pero se le parece: por primera vez, otro rey de España se dirigía a un hemiciclo donde no sólo estaban los ocupantes clásicos de aquellos escaños, sino la nueva representación política emergida de las urnas del 2015 y el 2016, cuyo grupo mayoritario es Unidos Podemos. Ninguno de sus diputados es monárquico, claro está. Felipe VI es el ciudadano Felipe de Borbón para la sección comunista del grupo. Y la última actitud de su máximo líder, Pablo Iglesias, había sido movilizar la calle, porque la política real no está en las instituciones. Ese grupo, más los independentistas que optaron por no asistir, pudo haber boicoteado, por lo menos deslucido, la inauguración de la legislatura. Les bastaban algunos gestos, algunas camisetas como la de Cañamero o un lucimiento de banderas republicanas.
No hubo tal. Se negaron los aplausos, pero no hubo boicoteo. Y en los pasillos del Congreso, una prevención socialista: todos se confesaban republicanos ante los micrófonos, pero todos aceptan el sistema. Lo aceptan tanto, que antes había aplaudido como si fuesen del PP. Curiosa España, con tanta alma republicana confesa, pero con tanto respeto e incluso afecto a la monarquía. La tercera legitimación monárquica, si existe, se producirá cuando Podemos alcance el poder, porque la primera fue cuando se aprobó la Constitución y la segunda cuando los gobiernos socialistas convivieron con la Corona.
Mientras ese momento llega, la protesta de Podemos fue la mínima que podía hacer, y no creo que sea fruto de un pacto como el de Juan Carlos I y Carrillo, sino porque no parece inteligente –y Pablo Iglesias lo es—estar en contra de una forma de Estado que aprueba más del 70 por ciento de la población. Numéricamente, en el Congreso, lugar donde la Constitución se puede cambiar, el republicanismo existe y da señales de vida, pero los diputados y senadores puestos en pie son infinitamente más que los sentados y ausentes. Dialécticamente, los argumentos contra el régimen monárquico se vieron reducidos a lo dicho por Pablo Iglesias: que él es más legítimo que quien tiene una legitimidad heredada por ser hijo de rey. Y, en cuanto a la Corona, se cumple lo previsto por el propio Felipe VI: tendrá que ganársela día a día. Habrá monarquía mientras él siga siendo ejemplar.