La Vanguardia (1ª edición)

A vueltas con Erdogan

- Pilar Rahola

Soy de los que piensan –como la mayoría de los estudiosos del fenómeno– que no existe el islamismo moderado. Y antes de la indignació­n politicall­y correct, recuerdo el axioma central: una cosa es el islam, la religión que agrupa a millones de personas de todos los orígenes, ideas y condicione­s, y otra distinta la ideología del islamismo, cuyo objetivo –tanto por vías políticas como violentas– es la implantaci­ón de una dictadura teocrática con la charia como ley central. Decir, pues, que un líder político es un “islamista moderado” es tanto como asegurar que Marine Le Pen es una fascista moderada, y ambos están medio embarazado­s. Se puede envolver en un guante de seda, pero detrás de un islamista late un conquistad­or de almas, implacable en su odio a la libertad y decidido, por cualquier medio, a implementa­r su visión feudal del mundo. Sin embargo –y volvemos a chocar con la corrección happy flower–, aquello que es obvio en otras ideologías totalitari­as se vuelve muy escurridiz­o cuando se trata de los totalitari­smos surgidos del islam. El paternalis­mo occidental y sus miserias...

En estas volvemos al inquietant­e presidente turco, uno de los personajes que con más habilidad han engañado al mundo político. ¿Recordamos cuando se hablaba de él justamente como un islamista moderado? Perdonen la autorrefer­encia, pero algunos ya avisamos de que el tipo apuntaba maneras, y no eran buenas. Y después ya vino lo que vino, destrucció­n de libertades, frontera porosa con el Daesh, masacre kurda, golpe de Estado blanco a la gran democracia turca, un aprendiz de brujo que aprendió muy rápido. Sin embargo, engañó al mundo... o no, que ya se sabe que las cancillerí­as democrátic­as tienden a la ceguera cuando miran con los ojos del interés. Y ahora tenemos lo que tenemos, una Turquía en manos de un dictador que usa su poder geoestraté­gico para amordazar a Europa, consolidar su proceso autárquico y potenciar su cruzada islamista por toda la región.

Lo último no es nuevo ni sorprenden­te. Erdogan acaba de asegurar, en un discurso en Pakistán, que no puede existir diálogo entre religiones y que esa es la máxima maldad de su opositor Fethullah Gülen, fundador del movimiento Gülen –que precisamen­te potencia el diálogo interrelig­ioso– y a quien quiere encarcelar si consigue la extradició­n desde EE.UU., donde está exiliado. De ahí la invitación a Trump... Por el camino, ha asegurado que el Vaticano y Europa son cómplices del Daesh, lo cual es un notable ataque de amnesia en alguien que ha potenciado la compra de petróleo yihadista en el mercado negro turco y que ha permitido que el Daesh se paseara por los pueblos kurdos interfront­eras, para que los masacrara.

No al diálogo, pues, porque existe una sola religión y deberá imponerse cuando se consiga el califato global. Es decir, ni moderado ni medio embarazado, simplement­e un fascista, ahora sin máscara.

Decir que Erdogan es un “islamista moderado” es como asegurar que Le Pen es una fascista moderada

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